I. Su definición
M. –¿Qué es el n-sexualismo? Podemos decir que una práctica posible. Una forma de vivir la sexualidad. Algo vago, lo reconocemos. Lo que sucede, es que creemos que gran parte de la fuerza revolucionaria (o expansión utópica) del n-sexualismo proviene justamente de evitar una definición taxonómica de la sexualidad. De allí la “n”. Una n es una variable abierta, puede asumir cualquier valor, mantenerse estable o cambiar. No está precodificada. Aunque no hay que confundir. No se trata de una x, una incógnita a resolver, una esencia a develar. Todo lo contrario, intentamos dejar atrás la noción de “esencia” en la sexualidad. La n es más bien un punto de pasaje de intensidades mutantes. Un punto de conexión con otras sexualidades, una coordenada abierta al deseo múltiple.
El n-sexualismo es una forma de vivir la sexualidad sin necesidad de clasificarnos a nosotros mismos o a los demás en esta o aquella casilla: hétero, homo, bi, o lo que sea. Estos rótulos sólo sirven –en el mejor de los casos– para volver esperable, predecible nuestra conducta ante los demás; y en el peor, para generar conflictos en la formación de nuestra identidad sexual. Si alguien no se ubica en estas categorías, si no se asigna a sí mismo un valor estable, decimos: “¡Bueno, que se decida de una vez!”, o “Hay que tener paciencia: aún no se ha definido”. El n-sexualismo, al contrario, propone que no hay nada por definir, que no hay esencia que descubrir o aceptar, pero sí mucho por experimentar, mucho por sentir con el otro, mucho por liberar en las intensidades eléctricas que nos atraviesan y deshacen en el torbellino sexual de la vida.
E. –¡Exacto! El n-sexualismo pretende dejar a un costado toda objetivación de sexualidades en categorías cerradas. Muy al contrario, su intento es la apertura de posibilidades que eliminen conflictos típicos y angustiantes. La utopía es que cada cual viva lo sexual sin esquemas de inteligibilidad preestablecidos.
Hablando claro y simple, el n-sexualismo intenta solucionar muchos planteos o problemáticas actuales en relación a lo sexual. No exige a nadie definirse (nos olvidamos de las esencias), sino que impulsa a intensificar nuestras experiencias relativas a lo sexual.
Cerrando este primer acercamiento, podríamos decir que el n-sexualismo se postula como una alternativa que propone desarrollar al máximo el flujo de posibilidades en las relaciones con los otros. Una alternativa que impulsa a vivir el devenir de nuestros deseos con libertad y sin culpas, multiplicando nuestro goce al abrir posibilidades para pensarnos a nosotros mismos y a los demás. Experimentar con el otro la mayor multiplicidad de sensaciones y lo más intensas posibles podría ser un principio fundamental de nuestra utopía.
II. Líneas de
expansión
M. –Entremos de lleno en el juego. ¿Cuáles son las líneas de expansión que abre el n-sexualismo? ¿Qué territorio de opciones derrama ante nosotros? ¿Qué dispersión de ejes liberadores podemos imaginar? Éstas son las preguntas que nos guían. Sin buscar agotar las posibilidades del n-sexualismo, intentaremos recorrer algunos de sus impulsos.
Veamos. Desde el n-sexualismo, buscamos la expansión del yo en múltiples experiencias posibles. No su contracción, su repliegue, su envoltura
cerrada en una “coherencia” subjetiva y sexual ya dada. Alentamos lo contrario:
el despliegue abierto de las sensaciones, el estallido de opciones que crece y
nos vincula con el afuera, con los cuerpos y miradas que nos rodean, que nos
atraviesan, que nos incendian. Abrir el yo a la exterioridad de las relaciones, a los vínculos móviles, a las
conexiones de intensidad con el otro; restar importancia a los abismos de la interioridad, dejar que el mundo del
afuera, que el deseo incandescente nos arrase por completo.
Por eso mismo, el n-sexualismo alienta la multiplicidad antes que la unidad.
Busca que nuestras experiencias aumenten, que nuestro deseo sea plural, que nuestro
placer sea incontable. No le interesa la moral de “la calidad vs. la cantidad”.
Está más allá de esto: busca intensidades múltiples, variadas, combinadas,
diversas. No se detiene a recoger una unidad, una coherencia en el sujeto.
Descarta esta pretensión, y propone en su lugar experiencias multiformes,
plurales a descubrir con el otro, sin necesidad de jerarquizar nada dentro de
la tormenta eléctrica de relaciones a la que nos entregamos, ni de ordenar
coherentemente lo que sentimos. ¡Firulais!
Complementaria de la multiplicidad, es la simultaneidad. Esto es posible porque desde el n-sexualismo no hay
intensidades “incompatibles” entre sí. Nos hemos acostumbrado a pensar que
ciertos sentimientos deben respetar una serie cronológica para ser correctos
moralmente. Por ejemplo, podemos amar (amor de pareja) varias veces y a
distintas personas en nuestra vida, pero no al mismo tiempo. (No, al menos, sin
vivir un dilema moral, o una desaprobación social.) El eje de la sucesión
temporal está permitido, pero no el de la simultaneidad plural. El n-sexualismo
propone borrar estas distinciones, restar importancia a esta costumbre cristalizada.
En lugar de sentir culpa por la simultaneidad de nuestras pasiones, el
n-sexualismo nos alienta a festejar esta capacidad de sentir, pues vuelve más
intensa y plena nuestra vida.
E. –¡Eso es, mi estimado M.! Intensidad y plenitud de vivir posibilidades nunca clausuradas. Justamente, el n-sexualismo propone imaginar, en la libertad que provoca la ausencia de categorías cerradas y de divisiones morales cristalizadas, múltiples posibilidades de conexión y de relación. Las opciones que podemos considerar como dadas pierden relevancia a la hora de pensarnos en relación con los demás. La expectativa que se genera ante esta apertura de opciones sale de la lógica de la coherencia y de la homogeneidad. El terreno de las relaciones y de los deseos se torna dinámico, permitiendo mutaciones constantes (y lo mejor de todo: sin culpas).
En este andar
dinámico, cualquier fijeza esencial se diluye en un devenir abierto. Ya no
buscamos descubrir o aceptar qué somos; se trata, en cambio, de formarnos o
construirnos a nosotros mismos en la explosión del choque de los cuerpos, en el
juego eléctrico del deseo y el placer de n-relaciones. Las experiencias se
abren a un futuro imaginado sin patrones estables. Aquí, las expectativas de
identidad sexual no tienen sentido, ya que no hay definición sexual que no sea
susceptible de modificarse sin previo aviso, mutando sin necesidad de
establecer razones coherentes, sin culpas, sin crucifixiones.
El n-sexualismo no busca la sensatez moral de
las relaciones, ni la racionalidad de una coherencia de identidad sexual.
Busca, en cambio, la multiplicidad y la
intensidad de las sensaciones, posibilitando la creación de un “yo sexual”
flexible como una arcilla que pudiéramos transformar cada vez que nos venga en
ganas.
En fin, desde el
n-sexualismo proponemos abrir “mundos”, agrietar estructuras, fragmentarnos en
posibilidades, crearnos a nosotros mismos en un desarrollo sin estatismos
convencionales, multiplicar sin mesuras nuestro goce, diluirnos en un deseo
plural.
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Giovanni Lipari |
III. Su
polémica. La apuesta n-sexual
M. –Entramos en la parte final de nuestro recorrido. Nos toca ahora enfrentar una serie de nudos problemáticos, críticos, con los que debe medirse nuestra propuesta. Problemas que son, al mismo tiempo, el reverso de nuestra apuesta, el impulso que nos motiva. Básicamente, el n-sexualismo intenta disolver algunas dificultades y conflictos actuales en torno a nuestra manera de vivir la sexualidad imaginando una alternativa futura donde tales problemas pierden sentido.
Por supuesto, no agotaremos aquí todos los desafíos concretos del
n-sexualismo. Nos detendremos tan sólo en
tres de sus zonas polémicas, pues creemos que de este modo estaremos
cubriendo los problemas y las apuestas más relevantes, más importantes en este
momento de surgimiento y eclosión utópica.
Tendremos, entonces, los
siguientes puntos: a) el n-sexualismo en relación a uno mismo; b) el
n-sexualismo en la pareja convencional; y c) objeciones globales a la utopía
n-sexual.
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Victory on the Sea - Jan Saudek |
a) Identidad
n-sexual
M. –Muchos pueden vivir sin conflicto su identidad sexual. Encajan perfectamente en una categoría estable. Se describen a sí mismos y ante los demás con los términos taxonómicos acostumbrados. Lo han logrado. La propuesta de escapar a una clasificación del deseo, a una cuadriculación de la propia identidad sexual, puede no atraerles. Hay personas, sin embargo, que sí saborearon algunos conflictos al tratar de formarse una identidad sexual fija, estable, normal. Tal vez experimentaron en algún momento una chispa de deseo que desbordaba las categorías acostumbradas. “¿Qué sucede? ¿No seré aquello que pensé que no era? ¿Fue un desliz? ¿Debo olvidarlo? ¿O es la punta del iceberg de mi “verdadero yo”? ¿Qué habrá sucedido en mi pasado, en mi niñez, para tener estas dudas? Si dudo de mi orientación sexual, evidentemente algo anda mal. Debo estar en crisis. ¡Ay! ¿Cómo haré para superar este trance? ¿Debo contarlo? ¿Reprimir mis impulsos? ¿Continuar normal mi vida, secretamente expectante de un chispazo de deseo similar? También dicen que dudar es normal, no debería preocuparme…, etc., etc.”.
Todos estos cuestionamientos, que llegan a veces a profundas angustias
por “falta de definición”, no tendrían mucho sentido si no supusieran, como
parámetro de normalidad, de ausencia de conflicto, una identidad sexual fija,
determinada, definida, circunscripta. “No importa en qué dirección vayas, hijo –nos
dice, en el mejor de los casos, nuestra sociedad–, ¡pero que sea una dirección
determinada! Escoge lo que quieras, ¡pero escoge de una vez!”. El n-sexualismo
no se inquieta por esta falta de definición, al contrario, la festeja: “Hay
muchas direcciones posibles: ¡pásala bien!”. Intenta sustituir los conflictos
en torno a la “esencia” de nuestra sexualidad: “¿Qué soy, esto o aquello?”, por
preguntas n-sexuales del tipo: “¿Cuántas conexiones intensas, placenteras,
felices puedo lograr con el otro?”.
E. –En efecto, los problemas “esenciales” (que reenvían a los abismos del yo) pierden sentido y se desvanecen en la irrelevancia. Como las posibilidades se abren a lo múltiple, los desafíos n-sexuales serán situacionales (problemáticas que reenvían a lo vivido en este momento con el otro). Así, las preguntas que planteará el modo de vida n-sexual serán del siguiente tipo: ¿qué haré en tal situación? ¿Estoy disfrutando esto? ¿El otro querrá profundizar conmigo? ¿Me siento cómodo así?
La identidad
n-sexual es una identidad mutante. Pero no porque nos exija cambiar a cada
momento, sino porque es una identidad susceptible de tomar cualquier dirección
sin la obligación de justificarse. Una identidad flexible que decide en
situación, de acuerdo a sus propios límites y sus deseos. El momento vivido será el rector de la
decisión n-sexual. El límite que antes establecía mi coherencia sexual
desaparece entre los pliegues de un abanico de posibilidades siempre
abiertas.
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Sandra Torralba |
b) Amor libre
M. –El desafío más grande que enfrenta nuestra utopía es que el n-sexualismo se libere en el corazón de la pareja convencional . Que nuestro amor, aun estando en pareja, sea n-sexual. “¿Es posible una pareja de este tipo? ¿Sería realmente amor? ¿Y qué hay de la fidelidad?”. Interesantes preguntas, que esperamos que algún día pierdan sentido. Pero por ahora, dialoguemos con ellas.
E. –Me parece muy bien que empecemos de una vez por todas con estos puntos tan polémicos y tan jugosos. Veamos, en principio, ese último que nombraste: la fidelidad. La fidelidad siempre es un tema actual, y una noción que está redefiniéndose continuamente. De todos modos, intentaremos ver algunas constantes que permanecen en su definición y que nos complican a la hora de entendernos en relación al amor.
Una constante que
funciona como principio básico de la fidelidad es la exclusividad. Ser fiel es ser exclusivo de otro en el momento de
hacer explícitos nuestros deseos. En general, se lo entiende como principio
implícito del contrato de pareja. No hace falta decirlo. Es un elemento que
funciona a priori al momento de establecer una relación “amorosa”. Sólo se
explicita, justamente, cuando sucede lo contrario; es decir, cuando una pareja
establece una relación que normalmente llamamos “liberal”, y que también
normalmente no deja de producir una sensación de extrañeza. Así, una relación
que no contemple la exclusividad, es entendida como algo que no se toma “en
serio”, y que por lo tanto queda fuera del campo del amor. Tener una relación
liberal con alguien significa que una de las partes implicadas no ama
“verdaderamente”.
Así las cosas,
cualquier deseo por un tercero es signo de peligro. Desear a alguien más es: o no
amar verdaderamente a nuestra pareja o ya estar engañándola. Por supuesto, el
engaño se produce cuando ese deseo es concretamente liberado sin el
consentimiento de la otra parte implicada en el contrato amoroso. No engañar, o
sea ser fiel, es reprimir el deseo, esconderlo, nunca conducirlo hacia fuera
con otro. De este modo, al cercar el deseo en nosotros mismos generamos una
experiencia conflictiva. “Deseo otros, pero no quiero engañar, pero sí amo…”
Desde nuestra utopía
proponemos sustituir la pareja fidelidad/exclusividad, por la de
incondicionalidad/intensidad. Ser incondicional con alguien no implica
exclusividad de deseo. Incondicionalidad apunta más bien a aumentar la
intensidad con la que amo, con la que experimento, con la que deseo; pero no
siendo exclusivo a alguien. De este modo, la libertad de deseo y de
experimentación con otros ya no se viviría como un engaño o como un conflicto.
M. –Creo que has dado en el nervio del asunto. En efecto, la fidelidad está fuertemente unida a la noción de pareja donde ambos se respetan y aman mutuamente. Es, en la práctica, el pilar de la confianza mutua. “Soy fiel porque amo”. ¡Qué bello! Sin embargo, ¿qué quiere decir esto? ¿Que uno concentra el deseo tan sólo en su pareja y por tanto los demás no importan (pasional o eléctricamente)? En ese caso, diríamos: “Soy indiferente al resto, porque te amo”. Sería más comprensible, y más triste también. Pero percibimos que no es esta la idea: no se trata de ser indiferente al resto, sino de sólo desear (legítimamente) a la pareja. De que el deseo por los demás sea correctamente controlado, limitado, y en el extremo ideal, eliminado, amputado. “Entre todas, te elijo”. ¡Lindísima frase! Unimos al mismo tiempo el amor hacia una persona, y el sacrificio del deseo por otras personas. Creo que el problema de la “fidelidad” es que se nos presenta como un término que parece implicar afectos y acciones positivas, constitutivas del amor, mientras que en la práctica no es más que una noción perfectamente negativa, limitadora del deseo: ser fiel significa exclusividad del deseo para con nuestra pareja. De aquí en más brotan alegremente los problemas morales: “¡Ay! Deseo (¡incluso creo que amo!) a otras personas. ¿Algo estará fallando en nuestro amor? ¿Qué debería hacer, reprimir, vivir lo que siento, engañar, elegir el verdadero amor, destruir la pareja? Ah!”. Pobre y conocido amigo. Desde el n-sexualismo esta tortura es innecesaria. Podemos amar simultáneamente a múltiples personas, si nuestro corazón lo resiste. Ya no se trata de “culpas” privadas, sino de flujos de intensidades a vivir con el otro.
“Sin embargo –se nos
podrá decir–, algo está mal. No estamos respetando
a nuestra pareja si amamos al mismo tiempo a otras personas; si tenemos,
incluso, otras parejas!” Esta
objeción sólo tiene sentido por haber asociado tan fuertemente “fidelidad” con
“exclusividad”. Si dejáramos atrás este último término, la fidelidad no crearía
los problemas que actualmente crea, y el respeto no tendría que ver tanto con “no
traspasar las prohibiciones acordadas tácitamente”, sino con valorar la libertad de deseo y de relaciones de la
persona que amamos.
En fin, si como se
propuso más arriba, sustituimos el par fidelidad/exclusividad por el de incondicionalidad/intensidad, habremos pasado
de la “pareja-contrato” tradicional (cuya exigencia de “confianza” y “respeto”
sólo tiene sentido por la red de prohibiciones
implícitas en la que se sustenta), a la pareja n-sexual, donde se festeja el
amor libre e incondicional; donde se busca y se disfruta al máximo generar
intensidades especiales, pasiones eléctricas, vínculos de fuego, vidas
centelleantes, amores que nos lleven al límite. Pero donde poco sentido tiene
hablar de “exclusividad” en las pasiones.
c) Objeciones
globales al n-sexualismo
M. –Como muchas utopías que imaginan una alternativa posible a ciertos problemas o limitaciones actuales, también nuestra propuesta n-sexual ha recibido la desconfianza generosa del escéptico y la crítica despiadada del moralista. No nos parece mal ser escépticos ni preocuparse por las normas morales con las que vivimos. Eso mismo nos llevó a imaginar una utopía, una apuesta a futuro. Lo que nos interesa ahora, es defendernos de ciertas críticas generales, ciertas objeciones globales que se han alzado –desde la corteza de la doxa– contra el n-sexualismo.
E. –Para comenzar hablemos de aquellas críticas morales que tildan al n-sexualismo de “machista” o de “cínico”. Por un lado, se nos dice que el n-sexualismo reduce las personas a objetos sexuales. Creemos que nuestra propuesta se encuentra muy alejada de considerar a los demás (mujeres, hombres, n) como objetos sexuales en torno a nuestro deseo egoísta y tirano. Muy al contrario, el n-sexualismo propone ver a los otros como sujetos sexuales en pie de igualdad: libres, y seduciéndonos mutuamente, ¡hacia el festín! Se trata de intentar ver al otro como un sujeto sexual con el cual relacionarse, pero sin clasificaciones previas, sin relaciones predeterminadas. Un sujeto con el cual mi relación de deseo se encuentra abierta a una multiplicidad de opciones sin clausuras.
Por otro lado, se cree que el n-sexualismo es una alternativa en la que “únicamente importa el sexo”, una visión reductora que considera que “en la vida todo es sexo”. Respecto a esto pensamos, al contrario, que “en el sexo, todo es vida”. Es decir, sin pretender reducir toda la vida a una dimensión, en este caso la sexual, intentamos expandir al máximo una de las dimensiones de la vida. Es simplemente eso: una dimensión entre otras. El n-sexualismo intenta liberar ese aspecto para expandir el propio yo en una de sus dimensiones, para abrir el mundo, para repensarse de manera fresca y liberadora, pero lejos, muy lejos, de considerar que es la única dimensión o de intentar jerarquizarla como la más importante de todas.
Así, el n-sexualismo ni considera a las personas como objetos sexuales
(por el contrario, las reconoce en tanto sujetos sexuales), ni reduce el mundo
a un solo aspecto (inversamente, abre este aspecto al mundo).
M. –Por otra parte, están las críticas basadas en la desconfianza general hacia la posibilidad de una utopía n-sexual. “¿Es verdaderamente factible?”, se nos dice. Tenemos dos formas de contestar a esta pregunta. Podemos preguntarnos si el n-sexualismo es realmente tan inconcebible en la práctica, o si, por el contrario, poseemos ya, a nuestro alcance, formas de vida muy parecidas a la que proponemos. Por otro lado, podemos rechazar el supuesto implícito que late en la crítica: el n-sexualismo como algo que se impondría de un día para otro y a todo el mundo. Responderemos utilizando ambas estrategias.
Para empezar, ¿es el n-sexualismo algo tan irrealizable como forma de
vida? ¿Tan complicado y difícil resultaría en la práctica? Creemos que no, por
la sencilla razón de que ya existe un
paradigma de relaciones humanas que es similar, en muchos aspectos, a la
propuesta que imagina el n-sexualismo. “¿Cómo? ¿Una práctica actual que resulta análoga a la utopía
n-sexual?”. Pues sí, y esa forma de relacionarnos, al alcance de la mano, es la
amistad. En efecto, desde la amistad
se alienta la multiplicidad y la expansión de relaciones, se festeja la
incorporación de nuevos amigos a nuestra red de afectos. No hay escándalo por
la simultaneidad, al contrario, se considera que es positivo tener más de un
amigo, pues cada uno enriquece nuestra vida de manera diferente y valiosa. También
se considera positivo que todas nuestras amistades sean lo más intensas
posibles, viendo como una virtud y no como un defecto, el que lleguemos a amar
a todos nuestros amigos. La exclusividad aquí no tiene sentido: amar a un amigo
no implica no amar a otro, o no respetarlo en la amistad. Tampoco necesita
jerarquizar moralmente las relaciones, poniendo una amistad por encima de las
otras. Puede hacerlo, pero eso dependerá de la conexión especial de
intensidades que viva concretamente esa relación, no de una elección moral en
nombre de la “verdadera amistad”, que sacrifica vivir ese mismo tipo de
conexión con otras amistades. En fin! Las similitudes pueden seguir
multiplicándose alegremente. Los valores e ideales n-sexuales, en gran parte,
están esparcidos en nuestra manera de vivir la amistad. No creemos, por tanto,
que sea tan imposible llevar a la práctica el n-sexualismo, que simplemente
agrega la dimensión eléctrica de las intensidades sexuales.
Por otro lado, tenemos la objeción implícita de que el n-sexualismo
sería irrealizable en tanto propuesta
que se impone de una vez y para todos. Sin embargo, ni la radicalidad inmediata
del cambio, ni la universalidad de su aceptación, son pretensiones que persigue
el n-sexualismo. Creemos que no se trata de un “todo o nada” en el corazón de
las costumbres, sino de cambios graduales, liberaciones progresivas, según
ritmos personales, de pareja y hasta grupales, por qué no. No hay, en este
sentido, “líneas a seguir” predeter-minadas, ni “orden” n-sexual que
reproducir. Simplemente proponemos flexibilidad
en la manera de concebir y vivir nuestras relaciones –con nosotros mismos y con
los demás–, a fin de aumentar el placer y la felicidad de los que somos
capaces.
Martín Guerrero
Emiliano Baigorri Theyler
Artículo publicado originalmente en la revista universitaria El árbol de Jítara, N°2, 2008.
Luego, fue publicado digitalmente en Revista Caja Muda, N°4, 2012.