miércoles, 4 de noviembre de 2015

martes, 3 de noviembre de 2015

Vagón de Ostras N°7


Vagón de Ostras es una publicación digital de poesía y relato breve, libre y gratuita.

En este número, participan: Ariel Baigorri, Rosario Bléfari, Orlando Van Bredam, Luis Chaves, Fabián Dorigo, Eloísa Oliva, Francisco Bitar, Berenice Sassatelli, Leandro Gabilondo, Marina Coronel y Nitsuga.

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TODOS

un mozo de franco sentado en un bar
le sirve el café un mozo que está trabajando
una cocinera sale con su novio, van a comer a un restaurante
un chofer de micro de larga distancia va entre los pasajeros
viaja a visitar a su madre
una azafata en el avión se ajusta el cinturón
una maestra le da clases a los hijos de otra maestra
un panadero come el pan de otro panadero en la casa de su amigo
un ingeniero cruza un puente que no hizo y un arquitecto 
le encarga la casa a un amigo arquitecto
luego le encuentra muchos defectos
un empleado de banco va al banco de enfrente
hace cola y paga
un mecánico se queda en la ruta y debe ir a un mecánico de la ruta
un futbolista llega a su casa después del partido y se pone a mirar un partido
un poeta está leyendo poesía
un abogado consulta un abogado mientras el dentista abre la boca
ante otro dentista
un dios adora a otro dios
un hijo es padre
un tío es sobrino
una nieta es abuela 
un músico parado se impacienta en un recital larguísimo de otros músicos
un analista psicoanaliza a un analista
un asesino asesina a un asesino
un extranjero en este país se va de visita a su país por unos días
vaga por su ciudad natal, las cosas cambiaron


Rosario Bléfari, nació en Mar del Plata el 24 de diciembre de 1965, vive en Buenos Aires. Cantante y compositora de canciones, actriz, también escribe.


Para descargar todos los números de Vagón de Ostras aquí

¿Por qué escribo? ¿Para quién escribo?


0.Nostalgia del lector mudo

Hay, entre nuestros poetas actuales, una nueva modalidad de la nostalgia. El objeto de esta nostalgia, la ausencia que se lamenta, es el lector no-escritor. Dos meros ejemplos: dice Fabián Casas en la dedicatoria de uno de sus libros: “Si todavía existen los lectores de poesía que no escriben poesía, se lo dedico a ellos”. Más recientemente, en una nota para el tercer Festival de Poesía de Córdoba (2014), Laura Wittner declara: “Leer ante un público no precisamente de poetas me resulta un gran alivio”. 
Aparentemente, ya no existen lectores de poesía que no intenten, al menos en la más inescrutable intimidad, el ejercicio-espejo de escribir. Al mismo tiempo, esta situación resulta ser un lugar común desde hace algunas décadas. Sólo que en la actualidad, gracias a la espectacularización de las innumerables intimidades que permitió la web, se convirtió en algo innegable, en una realidad. Y como todo lo que se acepta como real, se volvió un presupuesto. 
Pero, a fin de cuentas, ¿es esto una amenaza? Sólo, quizá, para los nostálgicos o los demagogos: que sus lectores escriban pareciera ir en detrimento de su palabra. Es que la palabra del que escribe en la actualidad no tiene el poder de hacer enmudecer a su lector. Por el contrario, lo estimula a hablar, a escribir, a crear. Finalmente, hacer notar que la única palabra que se caracteriza por hacer enmudecer al escucha es la palabra divina o la palabra de la ley que someten al silencio o al reino del sinsentido a todo aquello que se encuentre por fuera de lo que ellas mismas delimitan.        

1. Los amantes solos se entienden

Como buen amante de la lectura que soy me gusta fantasear con los signos y las historias, hundirme en la palabra escrita y soltar mi mente para que recorra páginas y páginas. Al leer siento el goce de la vida, apacible o arrebatadora, pierdo la noción del tiempo y el espacio y me dejo caer dentro de las palabras, de una oración a otra, saboreando una buena frase o descubriendo un giro inesperado que el texto me ofrece.  
Pero como buen amante apasionado que soy, a veces necesito dar un paso más allá de ella, cansado de adorarla. Como sucede en estos casos, al volver a sus brazos me doy cuenta que sólo ella es la inigualable: dócil, me deja amarla como me plazca, y me exige poco a cambio.
La lectura es una actividad que encierra un fin en sí misma: leer por el placer del leer, por el entretenimiento que genera; atar nudos de una historia a través de la lectura, interpretar, seguir una serie de huellas que conducen una reflexión, más o menos personal, más o menos disparatada. El punto está en que leer es una actividad que si bien dialoga con sentidos colectivos es intensamente personal. El paso a dar más allá de ella, el paso transformador que saca lo leído fuera de nosotros, el paso que convierte esa actividad individual y circular en algo más, es producir otra cosa a partir de ella. 

2. La multiplicación del amor

Pero esto que digo se aplica, quiero creer, a toda otra actividad cultural. No es exclusivo del ámbito arte (falso monumento que se complace en monopolizar los beneficios simbólicos de la creación). Al escribir o al producir algo a partir de aquello que nos genera placer, reflexiones, inquietudes, etc., dejamos de ser un pivote receptor/transmisor para volvernos generadores/recreadores. Llegamos al intersticio activo-político: nos volvemos participantes de aquello que nos fascina y desde allí irradiamos hacia las otras zonas de lo social. Podemos ser productores de nuevos sentidos en las relaciones cotidianas con la familia o los amigos, también podemos hacerlo en cuestiones públicas de mayor alcance. Se trata de una actitud ante el mundo, sea lo que sea que hagamos: desde analizar costumbres extrañas hasta militar en política. 
Es decir, se trata de moverse desde el polo consumidor hacia el polo creador. Cabe aclarar que no hablamos en términos absolutos: no es un fundamentalismo. Mejor pensarlo en términos de grados de intensidad. Nadie estará únicamente en un solo lado, sino que habrá quienes estén más de un lado que de otro. Liberémonos también de ciertos aspectos románticos: no se trata de salvar al mundo, ni de ser héroes aplastando a los malditos, ni de abrazar la verdad en la culminación de una revelación. Considerémoslo desde esta óptica: participación activa basada en lo que creo que es mejor.  
La actitud que sugiero es inclinar la balanza hacia el polo creador. Por lo que implica en positividades: al producir se reelaboran sentidos determinantes que nos caen de regalo producto de la historia general y particular, crear es contestar sobre las obligaciones y sentidos impuestos, es poder decir, ya pasado el tiempo, el “yo lo quise así” nietzcheano, es participar activamente en los sentidos que nos rodean y forman parte integral del modo en que pensamos y sentimos la vida y  el mundo. 

Publicado originalmente en HDC

viernes, 2 de octubre de 2015

Hileras de sonido y filas de centeno

En un momento, Recabarren ríe.
El locutor ríe.
Quién ha llamado ríe.
Están sumergidos en una gran historia sin dirección, están escuchando algo irrecuperable.

Mientras investigo para una ponencia de literatura Argentina, leo el cuento de Borges El fin. En ese texto, me encuentro con un personaje que ya conocía: Recabarren. En realidad, ya conocía al Recabarren de Borges, ya lo había leído antes, más de una vez, pero hace mucho. La familiaridad del nombre tenía que venir de otra parte, estaba seguro, una lectura más cercana. Pensé en Capote o en Vonnegut. Pero no, ¿qué iba a hacer un Recabarren ahí?  Ah, sí, claro. Los Centeno de Natale. En efecto, allí está Recabarren. ¿Qué hace Recabarren en la novela de Natale? Les cuento: en la novela de Natale se siguen varias historias de distintos personajes que se apellidan Centeno. Estos diferentes Centeno pueden o no ser familiares, pueden o no estar relacionados. No importa. En todo caso, en el libro deambulan otros personajes que no son Centeno, pero que, sin embargo, algo implicado en la palabra Centeno los relaciona. Recabarren es uno de ellos.



Atendamos a una cosa: Centeno es un apellido y es un cultivo (el hermoso whisky se hace de su destilación) y es parte del título de una de las novelas más famosas de la literatura contemporánea (a la cual, sin duda, Natale homenajea). Por otro lado, no hay que olvidar que Centeno es una palabra y, por lo tanto, es también una hilera de sonidos. Recabarren, entonces, es uno entre otro de los muchos personajes que sigue la perspectiva narrativa y que no se apellida Centeno, pero que está relacionado con la palabra Centeno. Pero ustedes dirán ¿qué hace Recabarren en la novela de Natale, maldita sea? Bueno les cuento: en el colegio al que asiste, Recabarren dibuja, dibuja mucho, y una de las cosas que intenta dibujar es una imagen para las palabras “filas de centeno”. Pero ¿cómo hacerlo siendo que en esta parte del continente, a menos que busquemos en internet, muy pocos tendrán una imagen para esas palabras? Imágenes y sonidos: ¿qué loco, no?  Después, Recabarren deja de dibujar y repite muchas veces ese año del colegio. Más tarde, algo le pasa y se recupera socialmente: se recibe y termina conduciendo una sección en un programa de radio, sección a la que él decide llamar “Filas de centeno”. El primer día la sección no funciona. El segundo día es un éxito. Durante una hora y media Recabarren recibe llamados de los personajes de la novela. Seis de los siete que llaman se apellidan Centeno. 

¿Y qué tiene que ver con el Recabarren de Borges? Tal vez, un homenaje. En la novela hay varios guiños de este tipo, una suerte de indicios para armar un rompecabezas de la tradición literaria a la que adscribe el autor. Más probable es que sea sólo una coincidencia, un gusto particular y aislado por el sonido Recabarren. O quizá Natale conoció un Recabarren real que hablaba poco y dibujaba mucho. No lo sabemos. Se puede, de todos modos, arriesgar otra hipótesis. Algo rebuscado y casi sin sentido. Pero no veo por qué no hacerlo. Al fin de cuentas, leer un libro es mezclarlo con otros en el cubilete de nuestras memorias para sacudirlo y reencontrarnos con combinaciones azarosas e inusitadas. 

Entonces, les sigo contando: en el cuento de Borges, Recabarren es el pulpero hemipléjico que atestigua por segunda vez un duelo clásico de la literatura argentina: Martín Fierro vs. Un Moreno. El cuento de Borges imagina otro final, menos reaccionario, para la obra de Hernández: una buena pelea a cuchillos en la que el moreno hijo deja tieso a Fierro. ¿Y Recabarren? Recabarren es el dueño de la pulpería, el testigo. Es desde la mirada de Recabarren que asistimos a este otro duelo final: “Desde su catre, Recabarren vio el fin”. Y es también desde sus limitaciones: “Después vino otra puñalada que el pulpero no alcanzó a precisar”.  

Pero ¿cuál es mi hipótesis? Bueno, esta es: ambos Recabarren son el punto de cruce en el que se anudan las distintas historias. ¿Eso nomás? Eso nomás. La profundizo resaltando una diferencia que tiene que ver con las imágenes y los sonidos: en el cuento de Borges se trata de la mirada de Recabarren. Recabarren testigo, ojo, mirada desde la cual accedemos al fin de Fierro. Punto de cruce, la mirada de Recabarren nos permite entrelazar dos finales posibles para el destino del gaucho. En la novela de Natale, en cambio, es el oído de Recabarren. Es en su calidad de escucha radiofónico, porque a pesar de que él es el conductor del programa no dice más que unas pocas palabras, lo que permite el encuentro de todos los personajes de la novela. Es, en otras palabras, a partir de la escucha que recibe, el oído que como un vaso vacío permite que se llene de historias, desde donde los personajes se entrelazan y dan cuenta de la cifra de sus destinos tal como se han desarrollado en la novela.



Muy bien, eso es todo. No se enojen. Como los Recabarren de Borges y de Natale, sólo quería intentar un punto de cruce entre lecturas distantes.

Emiliano Baigorri

Publicada originalmente en Nudista