Rubem Fonseca (1925, Brasil) es uno de los grandes escritores latinoamericanos de indiscutido reconocimiento internacional, comisario de policía y aspirante a juez que se descubre como escritor a sus 38 años de edad, autor de más de una veintena de libros, reverenciado por su tremenda capacidad narrativa y su acidez crítica, renovador exquisito del policial negro, poseedor de un estilo hipnótico y visceral, ganador en el año 2003 de los premios Juan Rulfo y Camões, pero cuya obra, extrañamente, al menos en las librerías de Argentina, es casi imposible de conseguir. Entonces ¿ha oído usted hablar de Rubem Fonseca?
Ahora bien, la mayoría de los libros de Fonseca han sido traducidos al español. ¿Los libreros lo han olvidado? Lo ha editado parcialmente Seix Barral, Alfaguara, De La Flor y Norma entre otras. ¿Y el claustro académico? En la biblioteca de Filosofía y Humanidades de la UNC hay uno sólo de sus libros, su novela El enfermo Molière (2000) que tiene fechado su ingreso en la biblioteca en el año 2011 como parte de una donación particular. Si el lector se acerca notará que es el segundo usuario en retirar el libro desde su ingreso en la biblioteca. El primer retiro que figura corre por cuenta de este cronista.
La buena noticia es que El cuenco de plata reeditó en el 2013 sus dos primeros libros de relatos: Los prisioneros (1963) y El collar del perro (1965). Estas ediciones abren una interrogación ineludible: ¿estaremos en el comienzo de una revalorización editorial de la obra Rubem Fonseca en Argentina? No es posible anticiparlo, pero de lo que no hay dudas es que estas publicaciones son bienvenidas y necesarias.
Tomemos Los prisioneros, su primer libro. Se destacan dos relatos: el primero (Febrero o Marzo) y el último (El enemigo). En Febrero o Marzo, un joven fisicoculturista marginal prefiere seguir vendiendo su sangre como medio de supervivencia antes que traicionar a una condesa a la que apenas hace dos noches que conoce. En El enemigo, un protagonista paranoico y solitario sale en la búsqueda de cinco compañeros de escuela con los que hace más de 20 años que no tiene ningún tipo de contacto. Logra entrevistarlos, pero ninguno puede confirmarle aquel pasado signado por la magia y las ciencias ocultas: “yo necesitaba saber si las cosas de nuestra juventud existieron de verdad o son producto de mi imaginación” le pregunta nuestro protagonista a un monje cristiano, el último de los amigos que visita; pero éste no recuerda nada: “los hombres sin imaginación no alcanzan a Dios. Dios existe”. Entre el primero y el último, otros nueve cuentos más breves y más insólitos que confirman retrospectivamente (exceptuando tal vez el cuento de factura excepcional titulado Henry que retoma la figura del asesino serial de mujeres Henri Landrú) lo que Guillermo Saccomanno alegaba en una reseña publicada en el año 2002 para otros de los libros de Fonseca. En aquel texto, Saccomanno afirmaba que cuando Fonseca se mueve dentro de sus “escenarios naturales” (la violencia urbana, los personajes marginales) y “acierta con una historia, ésta se vuelve, sin declamaciones, inolvidable”. Al mismo tiempo, se quejaba de algunos intentos “vanguardistas” del brasileño de transgredir los géneros a través de ciertos “trucos formales” (transcripciones directas de una grabación, o de un chat o de una pieza teatral). De cualquier modo (más allá de Saccomanno y más allá de la tríada violencia, sexo y muerte por la que es mayoritariamente conocida la obra de Fonseca), Febrero o Marzo, El Enemigo y Henry permiten rescatar algunos de los principales rasgos estilísticos con los que trabaja el brasileño: diálogos breves, preferencia y uso magistral de la primera persona, versatilidad en el uso de las voces de los personajes (Eloy Martínez escribió una vez: “Fonseca no se parece a nadie. Su lenguaje cambia de uno a otro relato”), descripciones concisas y efectivas, ritmo super intenso y un manejo infernal de la tensión narrativa.
La obra de Fonseca es amplia y extensa. Comenzar con su primer libro puede ser una afortunada o desafortunada entrada al autor. Sin embargo, tendremos asegurado el beneficio de saber que nos esperan sus mejores obras: Feliz año nuevo, El cobrador, etc. De todos modos, no hay dudas sobre la potencia de estos primeros textos de Fonseca (y la promesa de lo porvenir se vuelve sólo un añadido). En suma, los relatos de Rubem Fonseca nos solicitan sin exigirnos, nos seducen con su precisión y sus personajes nos convencen absolutamente porque se nos permite escucharlos, vivirlos, imaginarlos impecablemente. Porque Fonseca puede ser visceral, erudito, absurdo, transgresor, vanguardista, excepcional, ácido, obsceno, truculento, pero siempre impecable.
Rubem Fonseca
Los Prisioneros (1963)
El cuenco de plata, 2013.
(Reseña publicada originalmente en Hoy Día Córdoba)
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