Reseña del libro Razones personales, del amigo Franco
Boczkowski, editado por Nudista (2013). Publicada originalmente en Los Ebooks
En primer lugar, comenzar con una declaración: toda
poesía debería ser, en una o más dimensiones, una militancia. La militancia es,
en este libro y por encima de todo, rítmica. Luego y en consecuencia, invitar a
descifrar y paladear la música de estos poemas. Dicen que la lectura de ciertos
poemas obligan a que la voz se despegue de la garganta y se materialice en el
aire: no hay duda alguna de que los poemas de Boczkowski son de este tipo.
Primera clave de lectura: artesanía gramatical y sonora. Agregar que las
“razones personales” del poeta se nos proponen en una apuesta económica y
lúdica para que el lector-oyente pueda -parafraseando uno de sus versos-
contarle al poeta lo que él mismo ha vivido. Segunda clave de lectura:
expresión de los márgenes de una intimidad que toma la forma de una experiencia
literaria que trasciende, porque torna irreductible, la oposición
público/privado.
Basten dos ejemplos reversibles. Si los asuntos tratados
son individuales, éstos se revelan en toda su condición de asuntos
colectivos:
No fue tragedia la primera, ni sería
farsa la segunda vez que nos encontremos,
nosotros mismos o distintos, o este martes
negro que no es y hace años se prolonga
y no acaba ni con Grecia, ni con Francia, ni Alemania,
ni con nosotros acaba, esta vez tampoco;
ni el tiempo y el espacio nos acaban.
Si por el contrario, los asuntos parecen ajenos o
lejanos, se demuestran asuntos profundamente personales:
Lo que llegue para China o para Europa
llegará, y nosotros
habremos tomado una decisión, o nos habremos
dejado tomar por decisiones.
Después, yo también, apostar con mi experiencia de
lectura y afirmar que los poemas de Boczkowski son perfectos incendios:
construcciones resplandecientes para destruir lo naturalizado y obtener a
cambio la nostalgia de lo real. Sucede que este conjunto de poemas se recubre
en la condición ineludible de lo existente: su historicidad y su singularidad.
Pero, a su vez, advertir que no se trata de la ejecución de una poética de lo
concreto, ni tampoco de la expresividad de una interioridad aislada. Aquí la
epifanía de lo real, la búsqueda, debe entenderse, es el amor, sus
circunstancias y su devenir en nostalgia. Tercera clave de lectura: las
circunstancias del amor o la nostalgia de su ausencia.
Ahora sí, estamos en condiciones de afirmar que los
poemas de este libro exponen, cada uno, una realidad íntima en donde la voz del
poeta buceará en el fondo de las relaciones que hacen posible esa singularidad
para simultáneamente cuestionarla. En efecto, la escritura de Boczkowski nace
en la disputa y no oculta su situación de debate: con la literatura, con el uso
de la poesía, y con un modo de ver y explicar el mundo. No hay heroísmo
en abandonar el conflicto / y evitar dar la pelea, se afirma en uno de sus
versos.
El poeta tiene las manos en el barro de lo real, está
allí hurgando en el fondo, jugándose la partida por entero, inmiscuido sonido a
sonido. Es en ese quehacer constante cuando el lector recibe la descarga,
cuando la toma de conciencia se le hace transparente. No obstante, no se
trata de una constatación mecánica, no es la aplicación de una dialéctica abstracta.
Más cerca de una revelación, o de un desenvolvimiento epifánico, la conclusión
se ilumina por la comprobación rítmica de los sentimientos del poeta:
No es el tiempo la desgracia, si podemos
darlo vuelta y encontrarnos, nuevamente,
en otro punto del trayecto.
Singularidad, musicalidad y amor, entonces, son las tres
llaves para abrir (y abrirse) a los poemas de este libro. Boczkowski, desde
esta perspectiva, es un poeta de las circunstancias, del ritmo y la nostalgia:
con su mirada repasa los hechos desde un más allá de la literatura y el tiempo.
Un más allá que no negocia con la vana eternidad, sino con la
historia. Un más allá en el que todavía no se halla a salvo, y desde donde
podrá peguntar con inocencia y lucidez: ¿Habrá sido por eso que te fuiste?
Así escribe Boczkowsi:
Transición
No fue tragedia la primera, ni sería
farsa la segunda vez que nos encontremos,
nosotros mismos o distintos, o este martes
negro que no es y hace años se prolonga
y no acaba ni con Grecia, ni con Francia, ni Alemania,
ni con nosotros acaba, esta vez tampoco;
ni el tiempo y el espacio nos acaban.
No hay heroísmo en abandonar el conflicto
y evitar dar la pelea. Son éstas
las condiciones y el estado
de equilibrio al que llegamos sin siquiera
habernos propuesto ese deber
de sentir, como mandato, el peso
de esta tarea de vernos obligados
a construirlo todo, incluso
lo necesario para destruir
el estado en el que nos tienen las cosas;
este ahogado estado de las cosas:
si se han ido las circunstancias, entonces,
se ha ido también el amor;
mil bancos pueden derrumbarse sobre el vientre
de mis hijos, o los tuyos, o los otros,
los frutos que evitamos por propia decisión
y que ya no vuelven con el tiempo
porque no acaban con nosotros
ni el tiempo, ni el espacio, ni estas pobres circunstancias
que, agotadas, entonces, se llevan el refugio
y no nos dejan, al parecer, otra cosa más que algunas
deudas imposibles de pagar,
la pura intemperie de esta transición
en la que nos ampara el amor,
o nos destruye el estado.
farsa la segunda vez que nos encontremos,
nosotros mismos o distintos, o este martes
negro que no es y hace años se prolonga
y no acaba ni con Grecia, ni con Francia, ni Alemania,
ni con nosotros acaba, esta vez tampoco;
ni el tiempo y el espacio nos acaban.
No hay heroísmo en abandonar el conflicto
y evitar dar la pelea. Son éstas
las condiciones y el estado
de equilibrio al que llegamos sin siquiera
habernos propuesto ese deber
de sentir, como mandato, el peso
de esta tarea de vernos obligados
a construirlo todo, incluso
lo necesario para destruir
el estado en el que nos tienen las cosas;
este ahogado estado de las cosas:
si se han ido las circunstancias, entonces,
se ha ido también el amor;
mil bancos pueden derrumbarse sobre el vientre
de mis hijos, o los tuyos, o los otros,
los frutos que evitamos por propia decisión
y que ya no vuelven con el tiempo
porque no acaban con nosotros
ni el tiempo, ni el espacio, ni estas pobres circunstancias
que, agotadas, entonces, se llevan el refugio
y no nos dejan, al parecer, otra cosa más que algunas
deudas imposibles de pagar,
la pura intemperie de esta transición
en la que nos ampara el amor,
o nos destruye el estado.
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