domingo, 28 de diciembre de 2014

Acontecimientos importantes



Hay un pueblo.
No es lo suficientemente pequeño como para prescindir de un barrio pobre con fama de violento, pero tampoco lo necesariamente grande como para que falte la sensación generalizada, entre sus habitantes, del “se conocen todos”.
Es de noche.
La mayoría se está por dormir con el parloteo exuberante del noticiero de la medianoche. Unos pasos en el techo despiertan a una mujer embarazada cuyo marido está de viaje por trabajo. Tres sombras irrumpen en el hogar forzando la puerta trasera del patio. Llevan machetes y palos. Son tres adolescentes de entre catorce y dieciséis años que luego serán arrestados.
En ese pueblo vivo con mi hermano, su mujer y mi sobrino de cinco años.
Esa noche también hay un incendio o un accidente cerca del pueblo. Mi sobrino y yo salimos a apoyarnos contra la reja para ver los camiones de bomberos y las luces rojas de las sirenas que le brindan a la calle, por unos instantes, la textura insólita que poseen los acontecimientos importantes.
Mi sobrino recuerda el fuego como una víbora amenazada por sobre la superficie del cerro del verano anterior. Mientras los camiones pasan, aprieto su mano. 




jueves, 4 de diciembre de 2014

Notas sobre la cultura y el arte


Escribe Jean Dubuffet, ideólogo del Art Brut, en la correspondencia que mantuvo durante el transcurso del año 1968 con el señor Witold Gombrowickz. Las citas que recojo y comento son de la carta fechada el día 20 de Octubre. El tema, según mi perspectiva, trata sobre la oposición cultura-naturaleza en el arte y la cultura: sobre qué puede considerarse artificial y qué auténtico, o si la oposición de hecho sirve o no de algo.
Por otro lado, tengo mis “peros” a una parte del planteo, y los peros son lo más importante en un debate, según el mismo Gombrowickz advierte a Dubuffet en una carta anterior; sin embargo, este comentario a Dubuffet no quiere destacarlos. Por el contrario, este texto es un intento por rescatar lo positivo, lo que de una u otra forma  interesa a mi perspectiva. Entonces, este es el plan: sólo daré uso a esos peros para “limpiar” la argumentación de Dubuffet según mis propósitos.

Primero leamos un fragmento:

“Habiendo hecho tabla rasa, denegando todo valor objetivo, todo fundamento legítimo, negando valor a todo – a todo lo que fascina a los humanos, a todo lo que mueve de una forma u otra al pensamiento (…) – el resultado, usted lo sabe bien, es una situación completamente nueva. No nos queda más que viento. Espejismos; y las fascinaciones que estos ejercen. A partir de este momento los espejismos se convierten en los únicos objetos de nuestro universo, los únicos resortes de toda actividad mental” 

El horrendo fantasma del relativismo se yergue por encima del párrafo, ¿no es cierto? Continúa:

A partir de este punto empieza mi nihilismo. O mejor dicho, mi nihilismo toma un signo positivo

Giro fundamental, y sigue:

“Me propongo, a partir de este punto, edificar sobre espejismos, crear espejismos (…). Se ha terminado para mí la anterior distinción entre objetos dotados de realidad y aquellos que son producto de la imaginación. ¡Desde ahora, un plano único para todo! Convencido de que nuestras acciones no son más que quimeras, soplos del espíritu sin otro fundamento que nuestra buena voluntad, tomo decisión de darles derecho de quimeras, darles cuerpo, carta de naturaleza; y su distinción entre quimérico y fundado (entre vicio y virtud, entre natural y artificial) no tiene ya sentido, al menos para mí”.

No es absolutamente genial?!

Primero extraigamos las palabras claves: “crear espejismos”, “plano único”, “buena voluntad”, “tomo la decisión”, “al menos para mí”. En la combinación justa de este pequeño conjunto de palabras se encuentra la flama de la seductora frescura del planteo. Entonces, ahora sí, parafraseo: no habiendo límite claro entre lo natural y lo cultural, no siendo posible distinguir qué sería auténtico y qué artificial, obtenemos un “plano único” desde donde surgen las creaciones (“espejismos”) apoyadas en nuestras creencias (“buena voluntad”). Lo auténtico y lo artificial (“quimérico o fundado”) son sólo atribuciones, operaciones de nuestras creencias que producen carta de (“tomo la decisión”). Así la oposición carece de sentido según mi perspectiva (“al menos para mí”: un gesto que dice “okey, esto no es fundamental para la vida del arte, pero me parece mejor pensarlo de esta manera”).   



Para defender el nihilismo de Dubuffet no haría falta más. Sin embargo, y aquí aparece mi principal “pero”, Dubuffet regresa a la oposición artificial-auténtico, contradiciendo el plano único propuesto:

“Una vez reconocidos como quiméricos todos los actos del mundo mental (y del otro también, para decirlo todo), hago una distinción entre ellas, según me parezcan las unas quimeras frescas y vivas, secreciones del ser mismo (que son raras) y las otras (que pululan) reflejos de quimeras, falsos parecidos de quimeras, impuestos –o inyectados- al paciente (o fingidos por él) sin que su propio ser intervenga.”

El plano único se divide, una vez más, en dos con un corte platónico: “secreciones del ser mismo” vs. “reflejos de quimeras”. Continúa:

“El conjunto de estas quimeras colectivas, prestadas, de estas quimeras enfriadas, apagadas, propuestas para reemplazar la quimerización personal de cada uno, forma, a mis ojos, eso que llamamos cultura.”

Establecido el plano único no se ve cómo sería posible distinguir entre “reflejos” y “secreciones del ser”. La razón de este regreso puede atribuirse a un temor: a que algo fundamental se pierda en el plano único. Tal vez en la proposición de un plano único Dubuffet no encuentre explicación para el cambio en la evolución de la cultura y el arte. O quizá no vea lugar para la novedad y la originalidad: el genio artista.

Creo que se trata de un tropezón en la argumentación de Dubuffet. Dejémoslo pasar. Por lo demás él mismo en el desarrollo de su epístola encuentra una explicación al cambio, a la evolución, en la cultura del hombre sin dejar de disolver el problema que plantea los límites de la oposición cultura-naturaleza, es decir sin abandonar el planteo del plano único.

“Hay todas las gradaciones, todas las gradaciones, quiero decir, de profundidad, todos los niveles, en lo cultural. Sé bien que los espíritus más liberados e inventivos, los acentos más personales, las más salvajes espontaneidades, no pueden pretender que nada deben a la cultura. Pero es una cuestión de más o menos; se trata de saber qué nivel de esa cultura es el que ha realizado el préstamo, la vieja madera o la albura”.

 Así queda zanjada la cuestión: no puede existir expresión que no esté atravesada por la cultura (y agregaría yo: por el lenguaje); no puede existir expresión artística o de cualquier clase puramente natural. La oposición cultural-natural no sirve, al menos en este momento de nuestra historia, para pensar la cultura o el arte. Sin embargo, podemos distinguir entre más o menos novedosas, más o menos apegadas a cierta tradición, más o menos radicales, etc. Ahí se encuentra y es útil la diferencia de niveles o grados.




La razón principal por la que he recogido y comentado las anteriores citas es que simplemente simpatizo con el lenguaje de Dubuffet. El tema del debate no me preocupa demasiado. Parece algo ya disuelto como problema. En todo caso, es la forma en que propone su visión lo que me atrae y me inquieta. Además, creo que puede resultar nutritivo para nuestra actualidad ver cómo aquellos a quienes admiramos han logrado resolver cierta cuestión que se les presentó como un problema. Gracias a la acumulación y repetición de este tipo de pequeñas luchas y resoluciones es que hoy podemos ver el tema de la discusión como algo ya superado.