miércoles, 3 de agosto de 2016

Vagón de Ostras N°9



Vagón de Ostras es una publicación digital de poesía y relato breve, libre y gratuita. 

En este número: Vale Glotzer, María Teresa Andruetto, Claudia Masin, Daniel De Leo, Alfonsina Claria, Liliana Colanzi, Javier Eduardo Martínez Ramacciotti, Valentina Vidal, Victoria Varas, Guillermo Santiago Gribaudo, Diego R. Cubelli.


¿PUEDE LA DIALÉCTICA SOSTENER UNA PAREJA?
No tengo ganas de acompañarla
a mirar objetos de interiores de diseño
en el nuevo Guemes Soho
pero tampoco tengo ganas
de iniciar una pelea
por mi falta de interés
en casi 
todo
es lo que me tiene
en loop
en la cinta monótona
de la tarde
Mao Tse-Tung se me aparece reflejado
en la pantalla apagada
de la notebook
en sospechosamente límpido chino
me susurra en el oído
principales y secundarias
recordá
aprender a distinguir
entre contradicciones
principales y secundarias
en la política en la sociedad
en la historia y en tu casa
son todos

igualmente
campos de batalla


Javier Martínez Ramacciotti
Publicó los libros de poemas: Fondo Blanco (Alcion, 2011), Papá Oso (La Sofía Cartonera, 2013), Alto Mediodía (Llantodemudo, 2014), Tres experimentos para decir lo mismo (Borde Perdido, 2015), La mañana después de mañana (Dínamo Poético, 2015) y No me dejés solo (Hemisferio Derecho, 2016). Y junto con Franca Maccioni el libro de ensayos Hacer. Ensayos sobre el recomenzar (Teseo, 2016). Forma parte del comité editorial de la revista digital Caja Muda
 

Para descargar el número 9 de Vagón de Ostras aquí

viernes, 6 de mayo de 2016

Fondo Malicha: un juego para niños escondido en los bordes de lo importante

La Biblioteca Elma K. de Estrabou de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC contiene un acervo dedicado a la Literatura para la Infancia y la Juventud (LIJ) de acceso público, como ninguna otra biblioteca o institución en todo el país: el Fondo “Malicha”.




Con algunos ejemplares de fines de 1800 y otros que se remontan a la década del 20, pasando por los 50, los 60 y los 70, hasta libros editados en los comienzos del siglo XXI, el Fondo Malicha reúne materiales que atraviesan los grandes hitos de la historia de la LIJ. La existencia del Fondo pone en foco una cuestión fundamental en torno a las grandes discusiones de este campo: ¿por qué la academia se resiste tanto a darle el lugar que merece?

El Fondo se conformó a partir de la donación en el año 2005 de la biblioteca personal de la Profesora Emérita María Luisa “Malicha” Cresta de Leguizamón, a la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades. La donación (una de las más grandes de la historia de la biblioteca) contó con más de 5.000 ejemplares de diversas áreas temáticas. La parte perteneciente a la LIJ, con más de 1.000 ejemplares, pasó a constituir la primer gran colección específica de este tipo de literatura en la Biblioteca. La cantidad y variedad del conjunto de libros de LIJ de la donación, llevó a convocar a miembros del Programa de Promoción y Animación a la Lectura y a la Escritura (PROPALE) para generar un proyecto interdisciplinario denominado “Puesta en valor de la Colección Malicha”. Cabe aclarar que el PROPALE, dirigido por la Dra. Susana Gómez, es un programa dependiente de la Secretaría de Extensión, con más de 10 años de vida continua, que tiene diversas aristas: formación a distancia, extensión en contextos comunitarios e investigación. La labor conjunta que viene realizando con la Biblioteca implicó un enorme trabajo en el estudio del material, en el procesamiento y su catalogación (a través del buscador web de la biblioteca pueden realizarse consultas bibliográficas de todo el contenido), sumado a múltiples actividades de difusión en torno a la LIJ y al Fondo que se realizan año a año: homenajes a grandes figuras de la LIJ, mesas de escritores, talleres, etc.

Se puede decir que el Fondo se constituye en el archivo histórico inapelable que Malicha, acorde a una de sus preocupaciones vitales, se encargó de legar a la biblioteca de la Universidad como uno de sus últimos gestos en la búsqueda de ubicar a la LIJ definitivamente en el corazón de la academia. Para comprender la importancia de ese gesto hay que situarse en el campo de la LIJ y de la lucha constante de su comunidad por obtener el reconocimiento que merece. Como se sabe se trata de un territorio de problematización constante, pero académicamente casi pasado por alto: fenómeno comercialmente muy exitoso, pedagógicamente sospechoso, teóricamente muy discutido del que muchos escritores e investigadores, a lo largo de la historia, han querido despegarse por ser considerado “literatura menor”. El menosprecio académico, empero, que ha sufrido la LIJ es curioso: quizá las preguntas y las respuestas que tiene para ofrecer sean mucho menos inocentes de lo que se pretende. En la actualidad, es cierto, está empezando a ocupar un sitio de “seriedad”: tesistas de grado y posgrado se reciben con investigaciones en LIJ, numerosos escritores buscan asociarse a ella, los lectores que no necesariamente son ni “niños”, ni “maestras”, ni “madres” proclaman (como una minoría orgullosa peleando por su visibilidad o tal vez también como un fandom cualquiera) ser lectores adictos de su producción.

El interés y la preocupación de Malicha dio sus frutos. El valor histórico y el potencial investigativo de la colección es sorprendente y abrumador. La vida y la trayectoria de la profesora emérita, sin dudas, explican la diversidad y el valor del material donado. Maestra, pedagoga, especialista en Literatura Latinoamericana y escritora, poseedora de una energía infinita, Malicha era conocida sobre todo como una de las pioneras en Córdoba y el país en su trabajo constante de difusión, formación e investigación en Literatura para la Infancia y la Juventud. Famoso fue su programa radial para niños “Pajarita de papel” desde 1967 y durante 9 años en Radio Universidad de Córdoba. Era normal que le llegaran los libros de todos los escritores más talentosos en el ámbito a nivel latinoamericano: muchos de los ejemplares donados llevan la firma dedicada y cariñosa de los autores, al mismo tiempo que en sus márgenes pueden leerse anotaciones críticas de la profesora, que sobre todos tenía algo para decir.

Exiliada durante la dictadura en México y en China, Malicha llegó a adquirir materiales únicos. La gran mayoría de los libros del Fondo son imposibles de conseguir en la actualidad. Primeras ediciones como Tutú Marambá de María Elena Walsh, La torre de cubos de Laura Devetach, El gallo pinto de Javier Villafañe, ejemplares rarísimos e invaluables como el Aquí no vuelan las mariposas (esa brutal y conmovedora antología de textos y dibujos de niños y jóvenes que vivieron el horror del campo de concentración en Terezín), colecciones de carácter casi mítico que forjaron los orígenes de la LIJ nacional como Bolsillitos, Los cuentos del Chiribitil o Cuentos del Polidoro; libros muy discutidos por su bajada pedagógica como La familia Conejola de 1943 de Constancio Vigil y los libros escolares de editorial Peuser. También hay antigüedades como un Pinocho de 1922, que incluye una serie de relatos alternativos además del más conocido de Collodi, los Cuentos bretones de 1900 y La cabrita de oro de 1885. Decenas, literalmente, de etcéteras. Además, hay que sumar las donaciones del CEIP Castilla-La Mancha, y de bibliotecas personales como la de Evelin Hohne y de Laura Roldán que se vienen anexando en los últimos años. Un necesario trabajo en la ampliación del acervo de LIJ de la Biblioteca que es realizado principalmente por Adrina Vulponi, encargada del Fondo por parte del PROPALE.

Pese a todo, la importancia de la LIJ en la academia sigue siendo muy discutible. Quizá no sea casualidad que cuando uno ingresa en las visitas al Fondo, organizadas por Suny Gómez, Adriana Vulponi y Florencia Ortiz (docente de la cátedra Enseñanza de la Lengua y de la Literatura y miembro del PROPALE), deba atravesar, en respetuoso silencio, todos y cada uno de los estantes de la biblioteca de la FFYH cargados de muchísimos libros “serios” y de Literatura (así con mayúscula). El material del Fondo, por su parte, nos aguarda en el rincón más alejado, como un animal al acecho, resplandeciente en su guarida.

lunes, 28 de marzo de 2016

En torno a los poderes de Carlos J. Kamatowa



 
Banksy


Esa noche Mari tiene un sueño donde un perro es atropellado por un auto. Curiosamente, no hay conductor. Bajo las luces delanteras del coche, los párpados del perro se van cerrando como si estuviera durmiéndose. Al cabo, el motor del auto acelera y desacelera en punto muerto imitando el ritmo de un llanto entrecortado. A la mañana siguiente, sus padres están de viaje, Mari decide no ir al colegio. Duerme dos horas más de lo habitual. Luego, se prepara un té y varios panes con manteca y dulce, va hacia la ventana, deja la bandeja sobre el piano y toma el té mirando hacia la calle. Entonces recuerda que el perro de su sueño era un pastor belga.

 Aunque Mari no pueda verlos, en ese preciso instante, en otro departamento de otro edificio de la misma ciudad, una pareja se está separando. En el momento en que Mari arranca con sus dientes el primer pedazo de su segundo pan con manteca y dulce, la mujer está diciendo:

-Creo que quien tenga una vida interior muy grande puede dejar todo en cualquier momento.

Él, su nombre es Diego, la mira con verdadera angustia. Ella continúa:

-También vos vas a poder, lo sé. Mañana viene mi amigo a buscar el resto de mis cosas. De paso, te quedás con la llave…

Ella, en un gesto final, agarra la mano transpirada de Diego. Eso lo pone incómodo y no puede concentrarse en la solemnidad que el momento requiere. Diego cree que la transpiración de sus manos es una de las cosas que más complican su vida. Cuando sus manos empiezan a transpirar todo funciona mal: se pone nervioso y ya no puede dejar de imaginar lo que pensará aquel que sostenga sus húmedas manos; en las gotas corriendo por los surcos de sus palmas y arrastrando la mugre pegada a sus poros; en la mugre, las bacterias, los virus, etc. Ha probado, por ejemplo, ponerse talco antes de salir de casa. También maicena. Eso le funciona hasta que se lava las manos, por lo que debería llevar consigo un poco de talco o maicena. Pero a Diego le parece estúpido que en este mundo pueda haber alguien cargando un paquete de talco o maicena para evitar la transpiración de las manos. Diego se dice que es tiempo de aceptar y dejar de pensar en lo que otros piensen de su transpiración. Quizá si lograra dejar de pensar en su transpiración dejaría de transpirar.

Cuando la reflexión de Diego concluye, su ex pareja ya no está. Le hubiera gustado insultarla, al menos. Podría correr y alcanzarla, pero no tiene ganas. Es agotador, piensa. En cambio, se prepara un café y se acerca a la ventana. Ve los edificios, el cemento, lo gris, rojo y negro que es todo, y se dice:

-En otros lugares, hay gente que se pasa el día en hamacas paraguayas, lugares donde todo es verde y nadie piensa que el talco pueda ser usado más allá de las patas, los sobacos y los genitales. Ni hablar de la maicena. Ni hablar de las manos. 

En ese momento, entonces, Mari enciende un cigarrillo y Diego enciende otro y ambos miran hacia la calle. Si alguien pudiera ver lo que esas dos personas están pensando, y de hecho hay alguien que sí lo hace, notaría que el  perro del sueño de Mari es del mismo color de la taza de café que Diego está tomando y que el color del auto que atropella al perro en el sueño de Mari es del mismo color verde que Diego tenía en mente hace un momento. Esos son puntos de contacto, pero no son del todo importantes: Mari y Diego no se han visto todavía y no sabrán de estas coincidencias cuando lo hagan. Tampoco saben que en otra calle de la ciudad está por suceder algo fundamental para su futuro y que tiene que ver con la persona que puede ver sus pensamientos.

Primero, ocurre que esa calle de la que hablamos, equidistante de las ventanas de Diego y de Mari, se vacía. En las veredas ya no hay nadie. Los comerciantes de la cuadra dormitan en sus escritorios o acomodan algo en sus depósitos. Todas las puertas están cerradas y ningún niño espía detrás las cortinas. Podríamos decir que, por unos instantes, la calle está muerta: no existe para nadie. O también podríamos decir que el tiempo se paraliza, salvo que, doblando desde una de sus esquinas, aparece un hombre en bicicleta. Este hombre es viejo y se llama Carlos J. Kamatowa. Lleva puesto un saco negro y gastado en los codos, barba larga con algunas canas, pelo grasiento y despeinado. No huele feo, pero a la distancia pareciera que sí. Es de origen japonés, pero no es japonés. Es argentino-japonés. O simplemente argentino. No obstante, tiene algo que lo hace parecer extranjero. No digamos del país, sino del mundo. En efecto, Kamatowa es un extraterrestre con el poder de observar la cuarta dimensión.

Kamatowa viene andando en una bicicleta que tira de un carro cargado de objetos. Allí lleva, entre otras cosas, una lámpara, una tijera de podar, una campera de cuero con una estampa de Hermética, un burbujero roto, cinco metros de hilo sisal, una figurita con la cara del Cholo Simeone del año 94, una especie de radio portátil de largo alcance con la que se comunica con seres de otro planeta. Kamatowa frena en el medio de la calle. Saca de uno de sus bolsillos un lápiz mordido y una pequeña y sucia libreta. Se rasca sus sienes con el cabo del lápiz, piensa unos segundos y anota los nombres completos de Mari y de Diego. Debajo agrega una fecha y un lugar. Encierra todo en un círculo, saca una flecha y anota: “Ladrido de pastor belga. Será hermoso”. Después, cuando Kamatowa comienza a pedalear, la calle, de a poco, vuelve a llenarse de vida: gente, mascotas, tránsito, sonidos.  

En lo que queda del día, Diego intentará olvidar a su ex mujer trabajando frente a su computadora. Cerca de las 17.30 lo logrará. A la noche cenará fideos, ensalada de tomate y pollo del día anterior. Mezclará todo en una gran fuente y lo comerá viendo una película en el canal TCM. Se reirá a carcajadas y no lavará los platos antes de acostarse. Al otro día cuando venga el “amigo” de ella a dejar la llave ya no sentirá ni rencor ni tristeza por su partida y se sentirá definitivamente despreocupado. Mari también pasará el resto del día sola en su departamento. Por la noche, pedirá pizza y casualmente sintonizará la misma película que Diego. Mari sólo se reirá en tres ocasiones y llorará mucho en el final. En la madrugada, cuando lleguen sus padres, se meterá en la cama y se hará la dormida. No logrará sentirse feliz en mucho tiempo.  

Para saber qué ocurrirá cuando Diego y Mari se encuentren hay varias opciones. La primera es elegir uno de los dos, averiguar su domicilio  y seguirlo durante mucho tiempo hasta que se encuentre con el otro. Esta primera opción encierra el riesgo de verte envuelto en una paradoja temporal, de esas tipo Philip K. Dick, donde al final descubrís que sos un elemento fundamental para que el hecho que estás buscando comprobar se termine cumpliendo. Otra, inmediata, es que un agujero de gusano se abra en este momento, a tu lado. O debajo o atrás o arriba. De ese modo, podrías atravesar años luz de tiempo y materia para llegar a la fecha y lugar exactos que Kamatowa escribió en su libreta. Seguramente sería algo maravilloso. Te enterarías, entre otras cosas, si John Titor tenía razón sobre el inicio de la tercera guerra mundial. La última, es imaginar una tormenta cuyas nubes contengan todos los colores que aparecen en este relato. En ese caso, soplará un viento feroz y las nubes prendidas a las montañas amenazarán la ciudad. En un callejón un perro, un pastor belga, deberá ladrar anunciando lo inaudito, lo que no puede suceder.


Emiliano Baigorri 
Este relato obtuvo el tercer premio en el concurso de Cuento Digital 2015 organizado por la Fundación Itaú.  Publicado originalmente aquí

miércoles, 23 de marzo de 2016

Vagón de Ostras N°8



Vagón de Ostras es una publicación digital de poesía y relato breve, libre y gratuita.


En este número: Jarumi Nishishinya,  Laura Escudero, Selva Almada, Sara Ferro, Mariana Travacio, León Pereyra, Nicolás Jozami, Nadia Sol Caramella, Cecila Yalangozian, Romina Freschi y Damián Pullizi.

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El tiempo

Me preguntaste qué es el tiempo.
Y yo te dije
mientras colgaba una sábana: esto.
Aprisioné la última esquina
con el broche, me corrí dos pasos,
agarré tu mano chiquita entre mis manos
y te volví a decir: esto.
Vimos juntas el viento atrapado en la sábana
como burbuja, serpiente o baile
vimos el viento blanco tironear del broche
envuelto en la sábana, flotando.
Y la sábana que pasó y dejó al viento ahí
colgado de la soga
solo para yo que te dijera:
hija, el tiempo, es esto.



Laura Escudero nació en Córdoba en 1967. Es docente, psicóloga y máster en promoción
de la lectura y literatura infantil. Es miembro de Cedilij. Recibió dos veces el premio El
Barco de Vapor, en 2005 por la novela Encuentro con Flo y en 2011 por El rastro de
la serpiente
. Fue Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2015 otorgado por
la Fundación Para las Letras Mexicanas y F.C.E por el poemario Ema y el silencio. Tres
de sus libros fueron seleccionados “Destacados de Alija”. Ha publicado títulos para niños
y jóvenes: El botín, Los parientes impostores, La viejita de las cabras, El camino
de la luna
y otros.



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sábado, 19 de marzo de 2016

Los gatos y el resto del mundo




Ficha: Takashi Hiraide: El gato que venía del cielo (2001), 160 páginas. Alfaguara, 2015.  

Fines de los 80, Japón, el emperador Hiroito se muere, la crisis económica está por sacudir al país y una pareja de redactores treintañeros se muda a un barrio tranquilo y antiguo de Tokio, acompañando la decisión de abandonar sus labores de oficina para arriesgarse a trabajar en casa. Luego, la aparición de Chibi, el pequeño y arisco gato de una familia vecina, y su progresivo acercamiento hasta convertirse en un visitante diario que confiere a la cotidianidad de los jóvenes una nueva dimensión hecha de pequeños rituales, independencia de carácter y momentos resplandecientes. Ese es el argumento reconstruido de la novela de Takashi Hiraide El gato que venía del cielo, obra ganadora en el año 2002 del Premio Kiyama Shohei en Japón. Como con mucha de la literatura que nos llega del país asiático, uno corre el riesgo de abusar de ciertos adjetivos: sutil, encantador y etéreo en el podio. El gato que venía del cielo no es la excepción. Una novela atravesada por la presencia de un ser "celestial" y dominada por el ritmo ensoñador, y al mismo tiempo terrenal, de la voz narrativa. Capítulo a capítulo, el narrador y protagonista, marido y escritor, ajeno previamente al contacto con los animales, va trazando el posible mapa amoroso (con su inicio, nudo y desenlace) entre un gato y una pareja. Un mapa construido con breves e intensas escenas de la vida cotidiana que Hiraide va desplegando para los ojos del lector. La trama al comienzo es tenue, pero a través de esas impresiones fragmentarias Hiraide se las ingenia para ir tejiendo con elegancia el proceso que transforma a Chibi en elemento esencial de sus vidas. Con exactitud poética, en la novela todo está, no digamos narrado, sino evocado: descripciones de la pequeña casa y del jardín, de la luz y los árboles, el movimiento diario de la calle, los juegos y actitudes de Chibi, el presente de los ancianos propietarios, sólo por poner algunos ejemplos. Hay, tal vez, una intriga que se va delineando: ¿a quién pertenece realmente Chibi? ¿A sus vecinos o a la pareja? ¿Cómo es la vida del gato en su otro hogar, el original? ¿Cómo se comporta cuando ellos no pueden verlo? Algunas pistas aparecen, desperdigadas, y ese es uno de los motores de la narración. Un motor sutil (¡casi etéreo!), pero motor al fin. El otro, más lateral si cabe, es la vida de la pareja en tanto inquilinos y como trabajadores freelance, sus relaciones con otros artistas y colegas, y la apuesta que implica dedicarse a vivir de la escritura. Para contar su historia El gato que venía del cielo propone un diálogo entre formas literarias más o menos emparentadas: mezcla entre diario personal, novela autobiográfica y zuihitsu (género literario japonés que inauguró Sei Shōnagon con El libro de la almohada: reflexiones fugaces, impresiones "al correr del pincel"). Dicho esto, no hay que olvidar que Takashi Hiraide abandonó su trabajo en una editorial para sentarse a escribir lo que serían los primeros borradores de esta novela: la asociación con el narrador es inequívoca. Lo autobiográfico, entonces, se integra a la obra desde el primer momento, pero es más adelante, al comprender que lo que ha producido Chibi en sus vidas es innegablemente poderoso, cuando se habilita la pregunta: ¿esto que el narrador nos cuenta, le sucedió en verdad a Hiraide, el autor? Imposible estar seguros. Pero si fuera así, ¿por qué el libro se presenta como una novela, como ficción, y no como una autobiografía a secas? Una respuesta posible: lo autobiográfico, a pesar de que estamos en la era de la espectacularización de la intimidad banal, no se atreve todavía a ocupar un sitio de privilegio en el Olimpo de la literatura. O se atreve y lo ocupa, como siempre lo ha hecho,  bajo la máscara de una supuesta ficción. Cabría agregar lo que algunos críticos literarios, como el rosarino Alberto Giordano, afirman sobre la literatura actual: entre la multitud de creaciones que practican la exposición del yo de manera grosera,  hay obras, algunas pocas, que logran salirse del entramado cultural dominante. Entramado que reduce, en virtud del espectáculo, la expresión de lo íntimo a mercancía y fetiche. Creo que El gato que venía del cielo puede contarse entre aquellas escrituras autobiográficas que constituyen experiencias artísticas interesantes y que se diferencian de estas otras que se someten a la mera exhibición narcisista.
Los que tenemos o hemos tenido gatos lo sabemos, su poder de seducción es ilimitado. En el pasado remoto, se las arreglaron para conquistar a los egipcios que los convirtieron en dioses. En la actualidad, se limitan a gobernar las publicaciones de más de la mitad de los usuarios de internet. Tienen sus enemigos, es cierto: algunos parecen llevarse mal con la especie e insensibles a los encantos felinos proclaman sospechosas alergias o malas energías; otros, simplemente, no comprenden, quizá porque nunca tuvieron la oportunidad de relacionarse a fondo con alguno de ellos. Si estos últimos quisieran vivenciar, a través de la experiencia suplementaria que a veces logra, como en este caso, la literatura, harían bien en leer El gato que venía del cielo. Ni hablar de los amantes declarados, entre los que sin ninguna duda este cronista se cuenta. 




Publicado originalmente en HDC