sábado, 19 de marzo de 2016

Los gatos y el resto del mundo




Ficha: Takashi Hiraide: El gato que venía del cielo (2001), 160 páginas. Alfaguara, 2015.  

Fines de los 80, Japón, el emperador Hiroito se muere, la crisis económica está por sacudir al país y una pareja de redactores treintañeros se muda a un barrio tranquilo y antiguo de Tokio, acompañando la decisión de abandonar sus labores de oficina para arriesgarse a trabajar en casa. Luego, la aparición de Chibi, el pequeño y arisco gato de una familia vecina, y su progresivo acercamiento hasta convertirse en un visitante diario que confiere a la cotidianidad de los jóvenes una nueva dimensión hecha de pequeños rituales, independencia de carácter y momentos resplandecientes. Ese es el argumento reconstruido de la novela de Takashi Hiraide El gato que venía del cielo, obra ganadora en el año 2002 del Premio Kiyama Shohei en Japón. Como con mucha de la literatura que nos llega del país asiático, uno corre el riesgo de abusar de ciertos adjetivos: sutil, encantador y etéreo en el podio. El gato que venía del cielo no es la excepción. Una novela atravesada por la presencia de un ser "celestial" y dominada por el ritmo ensoñador, y al mismo tiempo terrenal, de la voz narrativa. Capítulo a capítulo, el narrador y protagonista, marido y escritor, ajeno previamente al contacto con los animales, va trazando el posible mapa amoroso (con su inicio, nudo y desenlace) entre un gato y una pareja. Un mapa construido con breves e intensas escenas de la vida cotidiana que Hiraide va desplegando para los ojos del lector. La trama al comienzo es tenue, pero a través de esas impresiones fragmentarias Hiraide se las ingenia para ir tejiendo con elegancia el proceso que transforma a Chibi en elemento esencial de sus vidas. Con exactitud poética, en la novela todo está, no digamos narrado, sino evocado: descripciones de la pequeña casa y del jardín, de la luz y los árboles, el movimiento diario de la calle, los juegos y actitudes de Chibi, el presente de los ancianos propietarios, sólo por poner algunos ejemplos. Hay, tal vez, una intriga que se va delineando: ¿a quién pertenece realmente Chibi? ¿A sus vecinos o a la pareja? ¿Cómo es la vida del gato en su otro hogar, el original? ¿Cómo se comporta cuando ellos no pueden verlo? Algunas pistas aparecen, desperdigadas, y ese es uno de los motores de la narración. Un motor sutil (¡casi etéreo!), pero motor al fin. El otro, más lateral si cabe, es la vida de la pareja en tanto inquilinos y como trabajadores freelance, sus relaciones con otros artistas y colegas, y la apuesta que implica dedicarse a vivir de la escritura. Para contar su historia El gato que venía del cielo propone un diálogo entre formas literarias más o menos emparentadas: mezcla entre diario personal, novela autobiográfica y zuihitsu (género literario japonés que inauguró Sei Shōnagon con El libro de la almohada: reflexiones fugaces, impresiones "al correr del pincel"). Dicho esto, no hay que olvidar que Takashi Hiraide abandonó su trabajo en una editorial para sentarse a escribir lo que serían los primeros borradores de esta novela: la asociación con el narrador es inequívoca. Lo autobiográfico, entonces, se integra a la obra desde el primer momento, pero es más adelante, al comprender que lo que ha producido Chibi en sus vidas es innegablemente poderoso, cuando se habilita la pregunta: ¿esto que el narrador nos cuenta, le sucedió en verdad a Hiraide, el autor? Imposible estar seguros. Pero si fuera así, ¿por qué el libro se presenta como una novela, como ficción, y no como una autobiografía a secas? Una respuesta posible: lo autobiográfico, a pesar de que estamos en la era de la espectacularización de la intimidad banal, no se atreve todavía a ocupar un sitio de privilegio en el Olimpo de la literatura. O se atreve y lo ocupa, como siempre lo ha hecho,  bajo la máscara de una supuesta ficción. Cabría agregar lo que algunos críticos literarios, como el rosarino Alberto Giordano, afirman sobre la literatura actual: entre la multitud de creaciones que practican la exposición del yo de manera grosera,  hay obras, algunas pocas, que logran salirse del entramado cultural dominante. Entramado que reduce, en virtud del espectáculo, la expresión de lo íntimo a mercancía y fetiche. Creo que El gato que venía del cielo puede contarse entre aquellas escrituras autobiográficas que constituyen experiencias artísticas interesantes y que se diferencian de estas otras que se someten a la mera exhibición narcisista.
Los que tenemos o hemos tenido gatos lo sabemos, su poder de seducción es ilimitado. En el pasado remoto, se las arreglaron para conquistar a los egipcios que los convirtieron en dioses. En la actualidad, se limitan a gobernar las publicaciones de más de la mitad de los usuarios de internet. Tienen sus enemigos, es cierto: algunos parecen llevarse mal con la especie e insensibles a los encantos felinos proclaman sospechosas alergias o malas energías; otros, simplemente, no comprenden, quizá porque nunca tuvieron la oportunidad de relacionarse a fondo con alguno de ellos. Si estos últimos quisieran vivenciar, a través de la experiencia suplementaria que a veces logra, como en este caso, la literatura, harían bien en leer El gato que venía del cielo. Ni hablar de los amantes declarados, entre los que sin ninguna duda este cronista se cuenta. 




Publicado originalmente en HDC

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