Ficha: Takashi Hiraide: El gato que venía del cielo (2001),
160 páginas. Alfaguara, 2015.
Fines de los 80, Japón, el emperador Hiroito
se muere, la crisis económica está por sacudir al país y una pareja de
redactores treintañeros se muda a un barrio tranquilo y antiguo de Tokio,
acompañando la decisión de abandonar sus labores de oficina para arriesgarse a
trabajar en casa. Luego, la aparición de Chibi, el pequeño y arisco gato de una
familia vecina, y su progresivo acercamiento hasta convertirse en un visitante
diario que confiere a la cotidianidad de los jóvenes una nueva dimensión hecha
de pequeños rituales, independencia de carácter y momentos resplandecientes.
Ese es el argumento reconstruido de la novela de Takashi Hiraide El gato que venía del cielo, obra
ganadora en el año 2002 del Premio Kiyama Shohei en Japón. Como con mucha de la
literatura que nos llega del país asiático, uno corre el riesgo de abusar de
ciertos adjetivos: sutil, encantador y etéreo en el podio. El gato que venía del cielo no es la excepción. Una novela atravesada
por la presencia de un ser "celestial" y dominada por el ritmo
ensoñador, y al mismo tiempo terrenal, de la voz narrativa. Capítulo a capítulo,
el narrador y protagonista, marido y escritor, ajeno previamente al contacto
con los animales, va trazando el posible mapa amoroso (con su inicio, nudo y
desenlace) entre un gato y una pareja. Un mapa construido con breves e intensas
escenas de la vida cotidiana que Hiraide va desplegando para los ojos del
lector. La trama al comienzo es tenue, pero a través de esas impresiones fragmentarias
Hiraide se las ingenia para ir tejiendo con elegancia el proceso que transforma
a Chibi en elemento esencial de sus vidas. Con exactitud poética, en la novela
todo está, no digamos narrado, sino evocado: descripciones de la pequeña casa y
del jardín, de la luz y los árboles, el movimiento diario de la calle, los
juegos y actitudes de Chibi, el presente de los ancianos propietarios, sólo por
poner algunos ejemplos. Hay, tal vez, una intriga que se va delineando: ¿a
quién pertenece realmente Chibi? ¿A sus vecinos o a la pareja? ¿Cómo es la vida
del gato en su otro hogar, el original? ¿Cómo se comporta cuando ellos no
pueden verlo? Algunas pistas aparecen, desperdigadas, y ese es uno de los
motores de la narración. Un motor sutil (¡casi etéreo!), pero motor al fin. El
otro, más lateral si cabe, es la vida de la pareja en tanto inquilinos y como
trabajadores freelance, sus relaciones con otros artistas y colegas, y la
apuesta que implica dedicarse a vivir de la escritura. Para contar su historia El gato que venía del cielo propone un diálogo
entre formas literarias más o menos emparentadas: mezcla entre diario personal,
novela autobiográfica y zuihitsu (género literario japonés que inauguró Sei Shōnagon
con El libro de la almohada: reflexiones
fugaces, impresiones "al correr del pincel"). Dicho esto, no hay que
olvidar que Takashi Hiraide abandonó su trabajo en una editorial para sentarse
a escribir lo que serían los primeros borradores de esta novela: la asociación
con el narrador es inequívoca. Lo autobiográfico, entonces, se integra a la
obra desde el primer momento, pero es más adelante, al comprender que lo que ha
producido Chibi en sus vidas es innegablemente poderoso, cuando se habilita la
pregunta: ¿esto que el narrador nos cuenta, le sucedió en verdad a Hiraide, el
autor? Imposible estar seguros. Pero si fuera así, ¿por qué el libro se
presenta como una novela, como ficción, y no como una autobiografía a secas? Una
respuesta posible: lo autobiográfico, a pesar de que estamos en la era de la
espectacularización de la intimidad banal, no se atreve todavía a ocupar un
sitio de privilegio en el Olimpo de la literatura. O se atreve y lo ocupa, como
siempre lo ha hecho, bajo la máscara de una
supuesta ficción. Cabría agregar lo que algunos críticos literarios, como el
rosarino Alberto Giordano, afirman sobre la literatura actual: entre la
multitud de creaciones que practican la exposición del yo de manera grosera, hay obras, algunas pocas, que logran salirse
del entramado cultural dominante. Entramado que reduce, en virtud del
espectáculo, la expresión de lo íntimo a mercancía y fetiche. Creo que El gato que venía del cielo puede
contarse entre aquellas escrituras autobiográficas que constituyen experiencias
artísticas interesantes y que se diferencian de estas otras que se someten a la
mera exhibición narcisista.
Los que tenemos o
hemos tenido gatos lo sabemos, su poder de seducción es ilimitado. En el pasado
remoto, se las arreglaron para conquistar a los egipcios que los convirtieron
en dioses. En la actualidad, se limitan a gobernar las publicaciones de más de
la mitad de los usuarios de internet. Tienen sus enemigos, es cierto: algunos
parecen llevarse mal con la especie e insensibles a los encantos felinos
proclaman sospechosas alergias o malas energías; otros, simplemente, no comprenden,
quizá porque nunca tuvieron la oportunidad de relacionarse a fondo con alguno
de ellos. Si estos últimos quisieran vivenciar, a través de la experiencia
suplementaria que a veces logra, como en este caso, la literatura, harían bien
en leer El gato que venía del cielo.
Ni hablar de los amantes declarados, entre los que sin ninguna duda este
cronista se cuenta.
Publicado originalmente en HDC
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