lunes, 2 de junio de 2014

El libro-casa de Danielewski




Publicada en Estados Unidos hacia el año el 2000, La casa de hojas de M. Z. Danielewski fue editada en España en una colaboración entre Alpha Decay y Pálido Fuego recién hacia fines del 2013. En Argentina se encuentra disponible en las librerías desde marzo de este año. Con sólo revisar algunas de sus casi 750 páginas se entiende el porqué de la demora siendo un libro tan comentado y discutido por sus lectores en inglés. Más allá del tamaño imponente del libro, sucede que su edición requiere de un complejo trabajo de montaje con diferentes tipografías, tachaduras, colores, divisiones, recuadros, párrafos espejados, etc. A nivel procedimientos de escritura, la novela pone en funcionamiento una explosión de juegos, trampas, interrupciones y recovecos audazmente administrados: réplica de lo descripto utilizando recursos espaciales y disposiciones textuales en todas las combinaciones imaginables (de hecho el libro es incómodo y obliga a darlo vuelta, ponerlo de costado, inclinarlo, etc.) Por otro lado, la obra entrecruza un gran cúmulo de géneros (terror, fantástico, novela sucia, novela de aventura, novela epistolar, diario personal) y toda una batería de tipos de textos (entrevistas, comentarios, poemas, artículos y un largo etc.) que la hacen monstruosa no solamente a nivel formal. En el plano macro-estructural, La casa de hojas se podría definir con la siguiente fórmula: estructura en abismo + estructura laberíntica + construcción cinematográfica.
Pueden ver el excelente diseño que Martín Cristal ha hecho de la estructura del libro: aquí

 Un breve resumen de las historias que contiene: al principio nos encontramos con el relato de Johny Truant, un joven de una vida difícil, adicto a los estupefacientes de todo tipo y aspirante a tatuador. Truant nos introduce a los escritos de Zampanó, un viejo académico, ciego, que acaba de morir. En sus textos a su vez, Zampanó, en tono distanciado y erudito (las citas falsas y las notas al pie abundan: Borges está por todas partes), va narrando una película casera. Se trata de una obra documental de un famoso fotoperiodista llamado Navidson sobre una extraña casa. Esta última es la historia que, con momentos verdaderamente vertiginosos, atrapa hasta el delirio: Navidson se muda a esta gran casa en el estado de Virginia junto a su mujer y sus hijos con la intención de recomponer los lazos familiares deshechos por los continuos viajes profesionales del fotoperiodista. Sin embargo, Navidson decide filmar todo el nuevo proceso familiar con cámaras fijas a la manera de un documental de la National Geographic. En ese proceso descubre que la casa tiene la particularidad de modificarse a sí misma, pero sin alterarse en su exterior, no importa cuánto cambie por dentro. Es ahí cuando el libro se mete de lleno en el terror y el filme narrado se transforma en algo que recordará, a quien la haya visto, a The Blair Witch Project (de hecho esa película se estrenó poco antes de la primera edición en inglés del libro).



La casa de hojas es como la casa sobre la que narra y, al igual que ella, cambia con cada paso que los lectores hacemos hacia… ¿dónde? ¿El interior? ¿Hacia adelante? Se puede pensar que si una novela fuera una casa, entonces, sus hojas serían las escaleras, pasillos, habitaciones, sótanos, altillos, sus rincones perdidos, los espacios siniestros y los patios luminosos. Sus palabras, por lo tanto, serían sus ventanas, muebles, cajones, repisas, alfombras, grietas, cuadros, espejos. De este modo, tendríamos un montón de libros o un montón de casas que podríamos agrupar o separar: las más oscuras, las más ordenadas, las más grandes, las que tienen segundo piso. La gran mayoría se parecería mucho entre sí. Los libros anómalos se destacarían con facilidad. El Quijote, como un castillo antiguo con un gran patio trasero volviéndose sobre la entrada; Rayuela como un edificio con un ascensor extravagante que te llevaría del tercer piso al cincuenta y siete, con carteles indicadores hasta para abrir una canilla; la casa de Macedonio Fernández sería la antesala de otras antesalas; V. de Thomas Pynchon sería una casa-bunker cerca del mar diseñada para que vientos de distintas procedencias se encuentren en un patio evanescente lleno de estatuas de arena. Bien. La casa de hojas de Danielewski figurará, sin dudas, entre estas últimas. Por fuera, una típica casa abandonada, algo tenebrosa, un poco grande tal vez. Por dentro, habría otra casa, y más adentro otra y luego otra y después un gran living que sería un enorme laberinto con escaleras que te llevarían a otras escaleras que darían a innumerables habitaciones que podrían ser enormes o inmensamente pequeñas y que en el final te dejarían de regreso en el exterior de la casa, pero, esta vez, rodeado de una oscuridad tan grande y tan fría como una galaxia sin estrellas. 

La casa de hojas, en fin,  es el trabajo de un obsesivo, de un loco, o tal vez de un genio, que siente un llamado creativo oscuro y excesivo (vean si no, este video-entrevista en Vimeo). Todo en el libro puede hallar su propósito, pero al igual que en la casa, no hay nada que no sea susceptible de alterarse de manera extraña e inquietante. El lector deberá participar muy activamente si quiere descifrar en cada capítulo el código sobre el que está compuesto y no descartar los experimentos tipográficos como simples caprichos. Pero con un poco de buena voluntad, felizmente, no se caerá en el sinsentido, aunque sí en la oscuridad. Mariana Enriquez ha dicho que La casa de hojas es una defensa del libro en papel porque se resiste a ser adaptada a una película. La casa de hojas, entonces, este monstruo abismal de papel y tinta, si bien no se propone demostrar nada, sí que da para pensar. Al menos nos sitúa frente a dos posturas: o bien, que estábamos erróneamente acostumbrados a la ausencia de las grandes novelas experimentales; o bien, que es una de sus episódicas y grandes producciones que nunca dejarán de aparecer. 

(Reseña publicada originalmente en Hoy Día Córdoba)


Entrevista a Mark Z. Danielewski from Pálido Fuego on Vimeo.