jueves, 22 de marzo de 2018

Alejandro Roca 2017


Negocios que alquilan DVDs como si internet no existiera
el bar con mostrador lleno de viejos, los adolescentes
viéndose las caras vuelta tras vuelta del perro.
No es sólo que no haya computadoras a la vista. No son estas opiniones
políticas mezquinas o nulas, ni su práctica de la hospitalidad.
Cosas a las que me había desacostumbrado
las casas familiares de los pueblos
las comidas generosas y sencillas
asado y ensaladas, huevos rellenos, vino y soda
todo tipo de gaseosa, frutas de postre, queso y dulce
mate con facturas y torta o masitas
dulces, saladas, con almíbar y gusto a ajenjo
gente que pasa y saluda, parientes que no son parientes
pero que son la imagen ideal de un pariente.
Algo quizá del retraso masculino, algo de la paciencia cargada
de sacrificio de las viejas
sus hijos perdidos, sus hermanos enfermos, sus maridos muertos
el cuerpo deformado por las labores de campo desde niñas.
Ordeñá la vaca, cortá la manteca para vender
llevá los quesos, amamantá el niño
subí a la bici, hacé el reparto
regresá a hacer la comida
para tu esposo, tus hijos, tus hermanos
y de viuda cuidá a tu suegra hasta su muerte
y después a tus cuñados hasta sus muertes
y a tus hijos hasta que se pierdan o se mueran.
Algo que tiene que ver con darme cuenta
de lo poco que gano, de lo mucho que gasto
en la ciudad de la imposibilidad .
Algo de todo eso tiene que ser.
Pero también otras cosas.
La lectura de los poemas de Carver, a los cuales me abrazo
a través del e-reader para intentar conciliar
la siesta bajo el aparatoso ruido del ventilador.
La cena en la vereda mientras un tele desde el interior
de la casa reproduce la entrega de los Oscars
nadie le presta atención, no ubican a Ryan Goslin
su gesto derrotado, su risa de me lo imaginaba
a nadie le importa el error histórico
de la última entrega en 89 años de premiaciones
los mismo años que tiene la dueña de casa
última representante de un perfecto español italinizado.
Algo que se desprende de la contradicción
que representan mis puchos armados
de la ausencia de todo deseo sexual sofisticado
y de este insomnio
en el que no dejo de recordar
la tarde pasada
la ida al campo
Obama, el pequeño toro negro sin castrar
y Melania, la ternerita que no puede beber
de la ubre hinchada de su madre.
El tiempo incrustado en sus rostros.
Todo esto acabará y no quedarán huellas.
Como esas viejas
cuando llegue la hora
sólo espero ver a mis muertos.