domingo, 3 de julio de 2011

Thomas Pynchon / V. (parte II)

III


Schoenmaker I

La cirugía plástica y sus esperanzas:

“Al otro lado de la sala, leyendo un ejemplar del Reader´s Digest, se sentaba un señor de edad con traje de gabardina verde musgo, que tenía tres ventanas en la nariz, carecía de labio superior y dejaba asomar un muestrario de dientes de distinto tamaño que se empujaban y apelotonaban como las lápidas de un osario en tierra de tornados” (página 109)

Schoenmaker II

El cirujano plástico del joven Godolphin

En el capítulo 2, parte 2 (pág. 103-108), la narración nos ofrece la historia del doctor Schoenmaker desde sus diecisiete años cuando logra escapar de la primera guerra. Desde ahí se inició como mecánico en tierra de aviones de guerra. Su “primera profesión”. Leemos: “Desde aquellos días, como sabemos, la democracia ha hecho sus incursiones y aquellas rudimentarias máquinas voladoras se han convertido en “weapon systems”, en sistemas de una complejidad nunca soñada que coordinan todos los servicios para que un arma cumpla a la perfección su cometido, con lo que el encargado de mantenimiento tiene que ser hoy en día tan miembro de la nobleza profesional como la dotación de vuelo que presta su apoyo”. Sin embargo, se supone que si bien el doctor no tenía los conocimientos especializados que “hoy” se requieren en ese tipo de trabajos, Schoenmaker sabe de mecánica. “Le llevó diez años trabajando en su primera especialidad – la mecánica” y realizó luego una gran cantidad de diversos trabajos (pág. 107) para poder sostener sus estudios en medicina y su segunda especialidad “la cirugía plática”.  Un hombre sumamente inteligente y práctico, un ser extraño hoy en día. En la actualidad un profesional destacado requiere ser un verdadero especialista en su área. Sea el campo de trabajo que sea, desde las ingenierías hasta las humanidades. Las dobles especialidades no se sostienen, sin grandes desastres históricos de por medio. Ni siquiera se acompañan de un oficio; a lo sumo de un hobby, un pasatiempo menor. Cada uno a lo suyo, claman los axiomas profesionales. Los escritores sin paga estamos realmente perdidos. 

IV

La caída del Padre y Vheissu (el no-espacio de fantasmagóricas fronteras)


Dice el gaucho, tras los barrotes, al muchacho Godolphin:

“Ya sabes cómo son los niños. Llega el momento de la despedida, un punto en el que el hijo ve confirmada la sospecha que anida desde hace tiempo de que su padre no es un dios, ni siquiera un oráculo. Se da cuenta de que ya no tiene ningún derecho a mantener la fe en ese sentido. Y de esa forma Vheissu se convierte en un cuento a la hora de acostarse o en un cuento de hadas al fin y al cabo, y el niño en una versión superior de su padre meramente humano” (pág. 206)

Evan Godolphin continúa argumentando su caso, haciendo y no haciendo caso a las palabras del gaucho. Habla de la revelación: “algo que no podía ser un accidente, un capricho del mundo inanimado”.


Fe primitiva: el hijo es el doppelgänger* del padre. (pág. 213)
*En el folklore alemán: fantasmagórico doble de una persona que lo acecha a lo largo de toda su vida.

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