0.Nostalgia del lector mudo
Hay, entre nuestros poetas actuales, una nueva modalidad de la nostalgia. El objeto de esta nostalgia, la ausencia que se lamenta, es el lector no-escritor. Dos meros ejemplos: dice Fabián Casas en la dedicatoria de uno de sus libros: “Si todavía existen los lectores de poesía que no escriben poesía, se lo dedico a ellos”. Más recientemente, en una nota para el tercer Festival de Poesía de Córdoba (2014), Laura Wittner declara: “Leer ante un público no precisamente de poetas me resulta un gran alivio”.
Aparentemente, ya no existen lectores de poesía que no intenten, al menos en la más inescrutable intimidad, el ejercicio-espejo de escribir. Al mismo tiempo, esta situación resulta ser un lugar común desde hace algunas décadas. Sólo que en la actualidad, gracias a la espectacularización de las innumerables intimidades que permitió la web, se convirtió en algo innegable, en una realidad. Y como todo lo que se acepta como real, se volvió un presupuesto.
Pero, a fin de cuentas, ¿es esto una amenaza? Sólo, quizá, para los nostálgicos o los demagogos: que sus lectores escriban pareciera ir en detrimento de su palabra. Es que la palabra del que escribe en la actualidad no tiene el poder de hacer enmudecer a su lector. Por el contrario, lo estimula a hablar, a escribir, a crear. Finalmente, hacer notar que la única palabra que se caracteriza por hacer enmudecer al escucha es la palabra divina o la palabra de la ley que someten al silencio o al reino del sinsentido a todo aquello que se encuentre por fuera de lo que ellas mismas delimitan.
1. Los amantes solos se entienden
Como buen amante de la lectura que soy me gusta fantasear con los signos y las historias, hundirme en la palabra escrita y soltar mi mente para que recorra páginas y páginas. Al leer siento el goce de la vida, apacible o arrebatadora, pierdo la noción del tiempo y el espacio y me dejo caer dentro de las palabras, de una oración a otra, saboreando una buena frase o descubriendo un giro inesperado que el texto me ofrece.
Pero como buen amante apasionado que soy, a veces necesito dar un paso más allá de ella, cansado de adorarla. Como sucede en estos casos, al volver a sus brazos me doy cuenta que sólo ella es la inigualable: dócil, me deja amarla como me plazca, y me exige poco a cambio.
La lectura es una actividad que encierra un fin en sí misma: leer por el placer del leer, por el entretenimiento que genera; atar nudos de una historia a través de la lectura, interpretar, seguir una serie de huellas que conducen una reflexión, más o menos personal, más o menos disparatada. El punto está en que leer es una actividad que si bien dialoga con sentidos colectivos es intensamente personal. El paso a dar más allá de ella, el paso transformador que saca lo leído fuera de nosotros, el paso que convierte esa actividad individual y circular en algo más, es producir otra cosa a partir de ella.
2. La multiplicación del amor
Pero esto que digo se aplica, quiero creer, a toda otra actividad cultural. No es exclusivo del ámbito arte (falso monumento que se complace en monopolizar los beneficios simbólicos de la creación). Al escribir o al producir algo a partir de aquello que nos genera placer, reflexiones, inquietudes, etc., dejamos de ser un pivote receptor/transmisor para volvernos generadores/recreadores. Llegamos al intersticio activo-político: nos volvemos participantes de aquello que nos fascina y desde allí irradiamos hacia las otras zonas de lo social. Podemos ser productores de nuevos sentidos en las relaciones cotidianas con la familia o los amigos, también podemos hacerlo en cuestiones públicas de mayor alcance. Se trata de una actitud ante el mundo, sea lo que sea que hagamos: desde analizar costumbres extrañas hasta militar en política.
Es decir, se trata de moverse desde el polo consumidor hacia el polo creador. Cabe aclarar que no hablamos en términos absolutos: no es un fundamentalismo. Mejor pensarlo en términos de grados de intensidad. Nadie estará únicamente en un solo lado, sino que habrá quienes estén más de un lado que de otro. Liberémonos también de ciertos aspectos románticos: no se trata de salvar al mundo, ni de ser héroes aplastando a los malditos, ni de abrazar la verdad en la culminación de una revelación. Considerémoslo desde esta óptica: participación activa basada en lo que creo que es mejor.
La actitud que sugiero es inclinar la balanza hacia el polo creador. Por lo que implica en positividades: al producir se reelaboran sentidos determinantes que nos caen de regalo producto de la historia general y particular, crear es contestar sobre las obligaciones y sentidos impuestos, es poder decir, ya pasado el tiempo, el “yo lo quise así” nietzcheano, es participar activamente en los sentidos que nos rodean y forman parte integral del modo en que pensamos y sentimos la vida y el mundo.
Publicado originalmente en HDC
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