lunes, 7 de marzo de 2011

La recién llegada III

                                                                                                                                                                  4
(bestia)

Cruzo el umbral de la puerta de calle con alegría desaforada. Todos están aquí. En casa. Mi padre ríe estruendosamente mientras bromea con mis hermanos; mi madre prepara las ensaladas hablando y hablando; mi abuela observa sentada en su silla. Debe ser la ansiedad -por estar con todos, saludarlos, verlos reunidos- la que bombea mi corazón paroxísticamente.  Todos están aquí. ¿Hace cuánto nos los veo? No importa eso. Importa que estemos aquí, juntos, TODOS: sólo falto yo.

En un impulso de notoriedad (¡quiero participar, quiero abrazarlos!) salto a la mesa y desde allí les grito, para divertirlos con la sorpresa. ¿O es tan sólo un ataque de amor y nostalgia? Aunque mi voz sale gruesa, abatida, probablemente por la gran agitación, alcanzan a escucharme. Todos giran a verme. Pero los gritos que lanzan sobre mí, tardo unos momentos en darme cuenta, con decepción, no son de alegría. ¿Seré la única que tiene estos sentimientos tan profundos? Quieren que baje. Mientras me hostigan con ridículos retos, inapropiadamente fríos, me señalan la salida. “¡Fuera de ahí!” “¡Salga bicho!” Desciendo de la mesa con torpeza, ayudándome con las manos. Mi padre se acerca blandiendo una escoba en el aire. “¿Qué les pasa?”, grito, al tiempo que esquivo un violento golpe. “¡Soy yo! ¿Acaso no me ven? ¡Soy yo!” Un escobazo más, cruel, y decido salir ayudándome con las manos apoyadas en el suelo. Mi padre, histérico, toma una vez más la iniciativa y sale tras de mí, dispuesto a perseguirme, lo adivino en sus ojos inundados de cólera. 

¿Acaso hice algo? ¡¿No desean que esté ahí, con ellos?! ¡Quieren que huya! La pena me sofoca, las lágrimas explotan de mis ojos; entonces, escapo. Con mis manos en el suelo corro veloz y hábilmente. ¿Es eso posible? Junto al terror surge el alivio. ¡No saben que soy yo! Me detengo y giro a ver a los míos, a contemplar su ira. En mi boca se pronuncian ladridos. ¿Cómo explicarlo? Mi padre agita sus brazos y mis hermanos tiran piedras. Una me alcanza justo en el costado de mi hocico. El dolor me paraliza y caigo al suelo. Debo estar desmayada, sin embargo, me elevo. ¿Qué ha sido de mi cuerpo? Creo ver algo. Luego, todo es luz.

3 comentarios:

  1. hermoso amigo! siga con la serie, me gusta. el momento de la pedrada en el hocico fue la más emotiva - fuera de joda. pobre perrita...
    un abrazo siempre fiel!

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  2. Muy buena esta serie de relatos. Que continué! Pienso en dos posibles lectores (de esta serie, al menos). Por un lado, el "coherentizador", que siempre quiere cazar series, patrones, algo que se repita y explique el cambio y lo aleatorio. Obsesión tan apasionante como opuesta a la del segundo lector, el "dispersador", aquel que busca grietas en cada estructura, diferencias allí donde todos corroboran criterios estables, fluctuaciones cuánticas entre granos de arena. Según el primer lector, en esta secuencia de relatos hay elementos que sirven para tejer una continuidad: extraños desconocimientos entre los más conocidos, disolución luminosa del cuerpo, sueños dentro de sueños, y otras señales que se (me) pasan de largo. Según el segundo lector, esto es apenas una ligera nervadura para ligar diferentes historias o escenas "curiosas", extrañas, inquietantes o graciosas. Uno puede convivir con los dos lectores, por supuesto, o alternar sus consejos. (Toda esta hipótesis apresurada sólo busca adornar un poco mi evidente indecisión.)Que sigan llegando estos recién llegados!

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  3. Muchas gracias amigos!! La serie tiene una extensión indefinida y el escritor balancea entre la dislocación y la continuidad (y no solamente en el escrito) tal como la plantea el anónimo (martón!).

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