Publicada en Estados Unidos hacia
el año el 2000, La casa de hojas de
M. Z. Danielewski fue editada en España en una colaboración entre Alpha Decay y
Pálido Fuego recién hacia fines del 2013. En Argentina se encuentra disponible
en las librerías desde marzo de este año. Con sólo revisar algunas de sus casi
750 páginas se entiende el porqué de la demora siendo un libro tan comentado y
discutido por sus lectores en inglés. Más allá del tamaño imponente del libro,
sucede que su edición requiere de un complejo trabajo de montaje con diferentes
tipografías, tachaduras, colores, divisiones, recuadros, párrafos espejados,
etc. A nivel procedimientos de escritura, la novela pone en funcionamiento una
explosión de juegos, trampas, interrupciones y recovecos audazmente
administrados: réplica de lo descripto utilizando recursos espaciales y
disposiciones textuales en todas las combinaciones imaginables (de hecho el
libro es incómodo y obliga a darlo vuelta, ponerlo de costado, inclinarlo,
etc.) Por otro lado, la obra entrecruza un gran cúmulo de géneros (terror,
fantástico, novela sucia, novela de aventura, novela epistolar, diario
personal) y toda una batería de tipos de textos (entrevistas, comentarios,
poemas, artículos y un largo etc.) que la hacen monstruosa no solamente a nivel
formal. En el plano macro-estructural, La
casa de hojas se podría definir con la siguiente fórmula: estructura en
abismo + estructura laberíntica + construcción cinematográfica.
Pueden ver el excelente diseño
que Martín Cristal ha hecho de la estructura del libro: aquí.
Un breve resumen de las historias que
contiene: al principio nos encontramos con el relato de Johny Truant, un joven
de una vida difícil, adicto a los estupefacientes de todo tipo y aspirante a
tatuador. Truant nos introduce a los escritos de Zampanó, un viejo académico,
ciego, que acaba de morir. En sus textos a su vez, Zampanó, en tono distanciado
y erudito (las citas falsas y las notas al pie abundan: Borges está por todas
partes), va narrando una película casera. Se trata de una obra documental de un
famoso fotoperiodista llamado Navidson sobre una extraña casa. Esta última es
la historia que, con momentos verdaderamente vertiginosos, atrapa hasta el
delirio: Navidson se muda a esta gran casa en el estado de Virginia junto a su
mujer y sus hijos con la intención de recomponer los lazos familiares deshechos
por los continuos viajes profesionales del fotoperiodista. Sin embargo,
Navidson decide filmar todo el nuevo proceso familiar con cámaras fijas a la
manera de un documental de la National Geographic. En ese proceso descubre que
la casa tiene la particularidad de modificarse a sí misma, pero sin alterarse
en su exterior, no importa cuánto cambie por dentro. Es ahí cuando el libro se
mete de lleno en el terror y el filme narrado se transforma en algo que recordará,
a quien la haya visto, a The Blair Witch Project (de hecho esa película se
estrenó poco antes de la primera edición en inglés del libro).
La casa de hojas es como la casa sobre la que narra y, al igual que
ella, cambia con cada paso que los lectores hacemos hacia… ¿dónde? ¿El
interior? ¿Hacia adelante? Se puede pensar que si una novela fuera una casa,
entonces, sus hojas serían las escaleras, pasillos, habitaciones, sótanos,
altillos, sus rincones perdidos, los espacios siniestros y los patios luminosos.
Sus palabras, por lo tanto, serían sus ventanas, muebles, cajones, repisas,
alfombras, grietas, cuadros, espejos. De este modo, tendríamos un montón de
libros o un montón de casas que podríamos agrupar o separar: las más oscuras,
las más ordenadas, las más grandes, las que tienen segundo piso. La gran
mayoría se parecería mucho entre sí. Los libros anómalos se destacarían con
facilidad. El Quijote, como un castillo antiguo con un gran patio trasero
volviéndose sobre la entrada; Rayuela como un edificio con un ascensor
extravagante que te llevaría del tercer piso al cincuenta y siete, con carteles
indicadores hasta para abrir una canilla; la casa de Macedonio Fernández sería
la antesala de otras antesalas; V. de Thomas Pynchon sería una casa-bunker cerca
del mar diseñada para que vientos de distintas procedencias se encuentren en un
patio evanescente lleno de estatuas de arena. Bien. La casa de hojas de Danielewski figurará, sin dudas, entre estas
últimas. Por fuera, una típica casa abandonada, algo tenebrosa, un poco grande
tal vez. Por dentro, habría otra casa, y más adentro otra y luego otra y
después un gran living que sería un enorme laberinto con escaleras que te
llevarían a otras escaleras que darían a innumerables habitaciones que podrían ser enormes o inmensamente pequeñas y que en el
final te dejarían de regreso en el exterior de la casa, pero, esta vez, rodeado
de una oscuridad tan grande y tan fría como una galaxia sin estrellas.
La casa de hojas, en fin, es
el trabajo de un obsesivo, de un loco, o tal vez de un genio, que siente un
llamado creativo oscuro y excesivo (vean si no, este video-entrevista en Vimeo). Todo en el libro puede hallar su
propósito, pero al igual que en la casa, no hay nada que no sea susceptible de
alterarse de manera extraña e inquietante. El lector deberá participar muy
activamente si quiere descifrar en cada capítulo el código sobre el que está
compuesto y no descartar los experimentos tipográficos como simples caprichos.
Pero con un poco de buena voluntad, felizmente, no se caerá en el sinsentido,
aunque sí en la oscuridad. Mariana Enriquez ha dicho que La casa de hojas es una
defensa del libro en papel porque se resiste a ser adaptada a una película. La casa de hojas, entonces, este
monstruo abismal de papel y tinta, si bien no se propone demostrar nada, sí que
da para pensar. Al menos nos sitúa frente a dos posturas: o bien, que estábamos
erróneamente acostumbrados a la ausencia de las grandes novelas experimentales;
o bien, que es una de sus episódicas y grandes producciones que nunca dejarán
de aparecer.
(Reseña publicada originalmente
en Hoy Día Córdoba)
Entrevista a Mark Z. Danielewski from Pálido Fuego on Vimeo.